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Cajón desastre

Rincón creativo

LA NOCHE NOS ATRAPA

El día cálido de verano transcurre, cae ya la noche ardiente de verano y la calle va poblándose de gente, van llenándose de gente las terrazas y los parques.

Ana y Carmen van al cine esta noche. Bajan al Tasio y a las once menos cuarto suben al cine de verano. La taquilla ya está abierta.

- Dos entradas.

Se las entregan al portero, entran y buscan su sitio habitual; han tenido suerte, está libre. Es un sitio excelente,  porque entre esta fila de incomodísimas sillas y la siguiente, hay un amplio pasillo de dos o tres metros, de forma que nadie puede sentarse justo delante, a dos palmos, y entorpecerles la visión. Pero también tiene un inconveniente: se carece del apoyo que supone la silla de delante y eso reduce la variedad de posturas que se puede adoptar para evitar salir de allí con el cuerpo dolorido y cansado, cosa inevitable, por otra parte, aunque se mude la postura cada cinco minutos, dado lo incómodos que son los asientos: sillas metálicas, no anatómicas, precisamente.

Las luces se apagan. Van pasando por la pantalla reportajes de películas que serán proyectadas próximamente, aunque eso no siempre resulta ser verdad.

- Ésa hay que venir a verla- se regocija Carmen cuando anuncian "Labios ardientes".

- A mí no me llama mucho. La crítica la ha puesto mal. Pero claro, fíate tú de la crítica- se contradice aparentemente Ana.

Tres o cuatro reportajes más y las luces se encienden de nuevo. Carmen va a comprar palomitas y Ana va sacando los pañuelos de papel porque, al parecer, la película es de mucho llorar y su amiga, que gusta de ir al cine para eso, puede necesitarlos.

Por segunda vez, y definitiva, se hace la oscuridad y comienza la sesión. Ana va leyendo los títulos sobreimpresionados, Carmen empieza a dar cuenta de las palomitas. El film de esa noche había obtenido muchas nominaciones para los Oscar, pero no había conseguido finalmente ninguna estatuilla. Así era el cine de verano: pasaban las películas premiadas con el Oscar o que habían estado nominadas para alguno, y otras, generalmente comedias juveniles, que por causas muy concretas podían atraer a un público habitualmente escaso. El local se llenaba en muy pocas ocasiones.

Para Carmen y para Ana éste estaba resultando un verano muy cinematográfico: estaban yendo mucho al cine y les ocurrían algunas cosas de película.

Las imégenes llenaban la pantalla. Hay espectadores que han pagado su entrada para acceder al recinto y otros que, sentados cómodamente en sus terrazas, ven gratis la película o la soportan hasta que no aguantan más y, entrandoen sus casas, cierran a cal y canto puertas y ventanas, a pesar del calor, para intentar inútilmente aislarse, aunque sean un poco, del excesivo volumen del sonido de la película  de la algarabía de los asistentes a la proyección.

Van pasando las imágenes: una escena, dos escenas, tres, cuatro. Ana observa de reojo a Carmen y se percata de que aún no necesita pañuelos: tiene los ojos secos. Pero a media película, los ojos de Carmen empiezan a humedecerse y Ana, que se ha dado perfecta cuente, le tiende, riendo, el paquete de klínex.

- ¿Qué hora es?- pregunta Carmen, que nunca lleva reloj.

- Las dos- responde Ana, que jamás se lo quita.

- Debe de faltar ya poco.

- Buh, media hora por lo menos.

El cálculo de Ana resultó bastante exacto. Acabada ya la proyección, y dado que no tenían sueño  sí bastante frío, porque en el cine siempre terminaba haciéndolo en la segunda sesión, decidieron bajar al pub de Esteban y tomar algo caliente antes de volver a casa.

- ¿El último café?- propuso Carmen.

- Sí, que mañana hay que trabajar- aceptó Ana.

Efectivamente, ambas tenían que trabajar al día siguiente, es decir, ya ese mismo día, tan sólo unas pocas horas más tarde.

 

LA VIDA EN SUSPENSO: EL IMPERIO DE LA NOCHE SE HA EXTENDIDO. SUEÑO PROFUNDO, INTENSA VIGILIA, EL DOBLE ROSTRO DE LA NOCHE APASIONANTE; DULCE E INMISERICORDE ROSTRO DE LA NOCHE, OJOS ABIERTOS COMO LUNAS QUE ENCIERRAN TODA LA DULZURA Y TODA LA CRUELDAD, NOCHE ESFINGE, GIOCONDA OSCURA ADORNADA DE CRISTAL, EBRIA DE VIDA Y DE MUERTE; NADIE ENCUENTRA LA RESPUESTA, NADIE ESCAPA A LA NOCHE DE GIZEH.

Será divertido volar en globo

Será divertido volar en globo

Mari Mar, Pili y Mari Carmen se encargarían de comprar la lona y se reunirían en la explanada con las demás.

A las cinco y media salía de la plaza de la iglesia en dirección a Santa Isabel un primer grupo de chicas compuesto por Inma, María José, Luisa, María José, Gemma y Tere. Encontraron en La Solana a Rocío, Raquel y Ana. Fueron las primeras en llegar a la explanada. Aún faltaban nueve niñas. Pero había que estar alerta por si los chicos se habían enterado de todo y llegaban en su lugar, así que formaron dos grupos de vigilancia que se apostaron en puntos diferentes: Tere y Gemma en una roca junto al camino, a la derecha de la explanada; María José y Luisa en la Roca del Dinosaurio, a la izquierda. Desde allí vieron acercarse a Mari Mar, Pili y Mari Carmen.

-¿Y las demás?

- No han llegado todavía.

- ¿Dónde tenéis el canasto?

Rocío explicó que no había podido conseguirlo aún, pero que su vecina había prometido dejarle uno al día siguiente.

- ¿Y la lona?- preguntó ahora Rocío.

Mari  Mar levantó una bolsa demasiado pequeña y proporcionó a sus amigas la segunda decepción de la tarde.

- No había más. Vamos a tener que buscar en otra parte y coser trozos.

Esta solución les levantó un poco el ánimo.

Cinco minutos después de la propuesta llegaron las últimas compañeras.

- Tardonas- las regañaron.

Cada una de ellas intentó dar una excusa al mismo tiempo que las demás.

Allí estaban ahora, sin lona, sin canastillo, enfurruñadas por el retraso que eso suponía, con la amenaza de los chicos, pero dispuestas a no dejarse vencer por el desánimo.

Cuando el contento empezaba a iluminar otra vez aquellas caras desalentadas, sonó una voz de alarma.

- Los chicos.

Oírlo y echar a correr fue todo uno. Tenían que esconderse, evitar que los chicos las vieran allí y confirmaran sus sospechas. Ágilmente y en silencio, se escurrieron una detrás de otra por una estrecha oquedad entre dos grandes moles de piedra. Aguardaron unos minutos, tan inmóviles y calladas como las rocas que les servían de refugio. Por fin Mari Mar, animada por el silencio del exterior, se decidió a asomar prudentemente la cabeza. Allí no había nadie. De todos modos, salió futivamente para asegurarse. Volvió al escondite con muchas menos precauciones.

- No hay nadie. Os habéis confundido, eran tres chicos que siguen por el camino.

Aquello fue un alivio.

Eran ya casi las siete y todas sentían hambre. Habían tenido la previsión de llevarse las meriendas, de modo que las sacaron allí mismo y lo que iba a ser una tarde de trabajo se convirtió en una tarde de campo.

De regreso a casa, diecisiete chicas de sexto curso experimentaban una mezcla de alegría y contrariedad: alegría porque lo habían pasado bien; contrariedad porque su aventura habrá de esperar uno dos días más.

Sin embargo, organizaron encantadas la segunda expedición a Santa Isabel. La tarde fijada salieron a toda prisa del colegio, llegaron corriendo a casa, soltaron sus carteras en cualquier parte y se marcharon disparadas hacia el cuartel general. Todas menos cuatro: Mari Mar, Pili y Mari Carmen por un lado, y Rocío por otro, sola.

Fueron llegando en grupos a la explanada. Ansiosas, esperaron la aparición de las proveedoras. Cuando al fin llegaron éstas, la expectación se convirtió en decepción.

- El canasto no nos sirve. Es de chico como una cesta- explicó Rocío desanimada.

- No había lona en ninguna parte- anunciaron desalentadas las otras tres.

Amanda e Inma, que no se dejaban abatir fácilmente por las dificultades, exclamaron a una:

- ¡Pues habrá que pensar algo!

Luisa tuvo una idea brillante:

- ¡Pues claro! ¡Cómo no lo habíamos pensado! Algunas sábanas viejas tendremos en casa, ¿no? En vez de con lona, podemos hacerlo con tela. Y además, es más fácil de coser.

Ésa parecía la solución, y fue acogida con entusiasmo. Sólo quedaba por resolver el problema de la canastilla.

 - ¿A nadie se le ocurre nada?- preguntó Gemma, con la cara entre las manos y los codos apoyados en las rodillas.

Estuvieron dándole vueltas, se hicieron algunas propuestas, pero ninguna parecía buena.

Será divertido volar en globo

Será divertido volar en globo

LO HAREMOS

Un papel corría de mano en mano por la clase ahora que la maestra estaba vuelta de espaldas, escribiendo en la pizarra.

"A la hora del recreo, reunión donde siempre"

Para cuando la maestra se volvió de nuevo, todas las interesadas habían podido leer la citación.

Aún faltaba media hora para el recreo, era demasiado tiempo para soportar su transcurso con calma. Ninguna niña pudo hacer mucho caso de la maestra durante esa lentísima media hora. Pero, como todo llega en este mundo, llegó también el mediodía.

- La hora del recreo. Podéis salir.

Y ya lo creo que salieron: una vez fuera del aula, corrieron como locas escaleras abajo hasta el gran patio. Tardaron exactamente un minuto en llegar desde allí al lugar de la reunión.

Ya estaban las chicas de 6ºB, faltaban ahora las del otro grupo. Un poco más tarde aparecieron todas juntas y apresuradas. La culpa de su retraso había sido de don Alejandro, el profesor de matemáticas, que siempre tenía algo que explicar en el último momento.

- ¿Falta alguien?- preguntó Amanda, erigiéndose en directora de la reunión.

- No, estamos todas- contestó la voz animosa de Mari Mar.

Comprobada la veracidad de la afirmació, Amanda pasó a exponer el motivo de aquella junta general: unas cuantas chicas habían tenido la idea de hacer un globo y querían saber si contaban con las demás para tamaña aventura.

El asentimiento fue unánime. Ahora venía la parte más difícil del asunto: había que ponerse de acuerdo sobre cómo, cuándo y dónde hacerlo.

El tiempo de recreo terminaba y no llegaban a ninguna conclusión. Antes de volver a clase quedaron en pensar bien las cosas y hacer otra reunión en el recreo de mañana para decidir todo lo referente a la construcción del globo.

- He estado pensando y ya sé cómo podemos hacerlo- dijo Amanda en la segunda reunión.

- Lo primero que necesitamos es lona, y luego un canasto de mimbre, o un cubeto de goma...

Alguien la interrumpió en este punto para sugerir:

- Sí, ésos que se usan en la vendimia.

- Pero pesan mucho- objetó otra voz.

Lo discutieron un poco y decidieron que no era tan mala idea, pero que sería mejor encontrar algo más grande y más ligero.

Necesitarían también leña para hacer fuego e hinchar la lona, y algo que sirviera de lastre. Los materiales, salvo la canastilla, no eran difíciles de encontrar. Pero hallar un lugar adecuado para llevar a cabo sus planes era más complicado. Debían encontrar uno, y cuando lo tuvieran, ya podrían comprar la lona y trasladar allí todo lo necesario.

La búsqueda sería tarea de todas; Amanda se encargaría de averiguar el coste de la tela; y Rocío, de proporcionar la canastilla.

Tenían un solo día de plazo, porque la tercera y última reunión se celebraría en el recreo del día siguiente.

- Una cosa más. Mañana traéis todas el dinero para la lona.

- ¿Cuánto?

- Bueno, como no sabemos todavía lo que nos va a costar, os traéis veinte duros, o setenta y cinco pesetas- propuso Mari Carmen.

La última reunión fue muy excitante: se tomaron las decisiones más importantees en medio de un gran alboroto. Todo era entusiasmo.

Amanda informó:

- La lona va a costarnos unas mil pesetas. Si os parece, ponemos a veinte duros, por si es más.

Todas estuvieron de acuerdo.

- Bueno, ¿y el sitio?- preguntó Tere.

Eso había dejado de ser un problema, porque las chicas de la Solana encontraron uno estupendo la tarde antes: una inmensa explanada en Santa Isabel. Era fenomenal: estaba lejos del pueblo, pero no demasiado, y además, rodeado de rocas que las protegerían de los posibles caminantes y sus miradas inoportunas.

- Pues muy bien- aplaudió Inma aliviada- porque los chicos saben algo y tendremos que escondernos.

Al oír esto se formó un griterío: ¿quién había ido por ahí contando sus planes? ¿quiénes eran los chicos? Había que deshacerse de ellos. Ya pensarían en algo.

Quedaron para aquella misma tarde, a las seis menos cuarto, en Santa Isabel.

Mari Mar, Pili y Mari Carmen se encargarían de comprar la lona y se reunirían en la explanada con las demás.

A las cinco y media salía de la plaza de la iglesia en dirección a Santa Isabel un primer grupo de chicas compuesto por Inma, María José, Luisa, María José, Gemma y Tere. Encontraron en La Solana a Rocío, Raquel y Ana. Fueron las primeras en llegar a la explanada. Aún faltaban nueve niñas. Pero había que estar alerta por si los chicos se habían enterado de todo y llegaban en su lugar, así que formaron dos grupos de vigilancia que se apostaron en puntos diferentes: Tere y Gemma en una roca junto al camino, a la derecha de la explanada; María José y Luisa en la Roca del Dinosaurio, a la izquierda. Desde allí vieron acercarse a Mari Mar, Pili y Mari Carmen.

-¿Y las demás?

- No han llegado todavía.

- ¿Dónde tenéis el canasto?

Rocío explicó que no había podido conseguirlo aún, pero que su vecina había prometido dejarle uno al día siguiente.

- ¿Y la lona?- preguntó ahora Rocío.

Mari Mar levantó una bolsa demasiado pequeña y proporcionó a sus amigas la segunda decepción de la tarde.

- No había más. Vamos a tener que buscar en otra parte y coser trozos.

Esta solución les levantó un poco el ánimo.

Cinco minutos después de la propuesta llegaron las últimas compañeras.

- Tardonas- las regañaron.

Cada una de ellas intentó dar una excusa al mismo tiempo que las demás.

Allí estaban ahora, sin lona, sin canastillo, enfurruñadas por el retraso que eso suponía, con la amenaza de los chicos, pero dispuestas a no dejarse vencer por el desánimo.

Cuando el contento empezaba a iluminar otra vez aquellas caras desalentadas, sonó una voz de alarma.

- Los chicos.

Oírlo y echar a correr fue todo uno. Tenían que esconderse, evitar que los chicos las vieran allí y confirmaran sus sospechas. Ágilmente y en silencio, se escurrieron una detrás de otra por una estrecha oquedad entre dos grandes moles de piedra. Aguardaron unos minutos, tan inmóviles y calladas como las rocas que les servían de refugio. Por fin Mari Mar, animada por el silencio del exterior, se decidió a asomar prudentemente la cabeza. Allí no había nadie. De todos modos, salió futivamente para asegurarse. Volvió al escondite con muchas menos precauciones.

- No hay nadie. Os habéis confundido, eran tres chicos que siguen por el camino.

Aquello fue un alivio.

Eran ya casi las siete y todas sentían hambre. Habían tenido la previsión de llevarse las meriendas, de modo que las sacaron allí mismo y lo que iba a ser una tarde de trabajo se convirtió en una tarde de campo.

De regreso a casa, diecisiete chicas de sexto curso experimentaban una mezcla de alegría y contrariedad: alegría porque lo habían pasado bien; contrariedad porque su aventura habrá de esperar uno dos días más.

Sin embargo, organizaron encantadas la segunda expedición a Santa Isabel. La tarde fijada salieron a toda prisa del colegio, llegaron corriendo a casa, soltaron sus carteras en cualquier parte y se marcharon disparadas hacia el cuartel general. Todas menos cuatro: Mari Mar, Pili y Mari Carmen por un lado, y Rocío por otro, sola.

Fueron llegando en grupos a la explanada. Ansiosas, esperaron la aparición de las proveedoras. Cuando al fin llegaron éstas, la expectación se convirtió en decepción.

- El canasto no nos sirve. Es de chico como una cesta- explicó Rocío desanimada.

- No había lona en ninguna parte- anunciaron desalentadas las otras tres.

Amanda e Inma, que no se dejaban abatir fácilmente por las dificultades, exclamaron a una:

- ¡Pues habrá que pensar algo!

Luisa tuvo una idea brillante:

- ¡Pues claro! ¡Cómo no lo habíamos pensado! Algunas sábanas viejas tendremos en casa, ¿no? En vez de con lona, podemos hacerlo con tela. Y además, es más fácil de coser.

Ésa parecía la solución, y fue acogida con entusiasmo. Sólo quedaba por resolver el problema de la canastilla.

- ¿A nadie se le ocurre nada?- preguntó Gemma, con la cara entre las manos y los codos apoyados en las rodillas.

Estuvieron dándole vueltas, se hicieron algunas propuestas, pero ninguna parecía buena.

- ¡Con madera!- gritó Raquel- Pero si es muy fácil. Compramos o cogemos madera y hacemos un cajón grande y alto.

La solución era tan simple que todas se preguntaron cómo no se les había ocurrido antes.

Ahora ya se hacía tarde para permanecer allí. Tendrían que reunirse mañana en el recreo y tomar de nuevo decisiones.

Fueron todas juntas hasta La Solana y allí se despidieron hasta el día siguiente. Estaban de muy buen humor: los chicos no habían ido a molestar y ellas habían resuelto los graves problemas que planteaba la construcción artesanal de un globo. Una tarde estupenda.

La reunión matinal fue un éxito: se acordó que cada una acaparara cuanta tela pudiera conseguir y se formó una delegación para comprar la madera necesaria; según sus cálculos, no sería mucha, porque todas podían aportar algún cajón inservible y cosas por el estilo.

- Mañana otra vez aquí para ver lo que tenemos; y por la tarde, a Santa Isabel- concluyó Amanda.

Pero hasta la llegada de la tarde siguiente, hubo de transcurrir la de aquel mismo día, una tarde en la que diecisieta pacientes madres tuvieron que soportar las insistentes peticiones de tela hechas por sus hijas a intervalos de cinco minutos.

A la pregunta materna:

- ¿Para qué la quieres?

respondía la hija evasivamente:

- Para una cosa.

La naturaleza de la cosa en cuestión no fue desvelada, pero el aburrimiento de las madres pudo más que su prudencia o su curiosidad y terminaron por abstecer a sus hijas de aquello que tan anhelantes pedían, sin insistir mucho en sus justas indagaciones.

El resultado fue que diecisiete chicas aventureras de sexto curso pudieron reunirse al día siguiente con la alegría de haber obtenido lo que necesitaban para su aventura sin verse obligadas a revelar el secreto tan celosamente guardado.

Quien más, quien menos, podía aportar alguna sábana vieja, alguna cortina inservible condenada para trapos... Respecto a la madera, decidieron que lo mejor era comprarla toda y no andar haciendo empalmes. Rocío, Tere, Raquel y Luisa irían por ella después del colegio y la llevarían a Santa Isabel.

Y así fue: aquella tarde se reunieron todas allí. Presentó cada una lo que había conseguido y se formaron tres grupos: uno de vigilancia, compuesto por dos parejas que se situaron respectivamente en la Roca del Dinosaurio y en la Roca Zapatera; otro de costureras, encargado de coser las telas; y el tercero, cuya misión sería costruir el cajón para el globo.

Las centinelas se encaminaron marcialmente a sus puestos: Tere y Luisa, al Dinosaurio; Gemma y Beatriz, a la Zapatera. Inma, Pili y Rocío se situaron junto a unas rocas que ocultaban el camino y, armadas de clavos y martillos, se prepararon para dar forma a las planchas de contrachapado caídas a sus pies. Las costureras, puesto que necesitaban más espacio, se situaron en la explanada; se sentaron formando un gran círculo; fueron extrayendo las telas de las bolsas en que las habían traído y extendiéndolas, confrontando unas con otras.

- Queda muy raro- opinó Mari Carmen, observando el resultado.

- Bueno, mujer, tampoco va a ser perfecto. Y además, cuando se llene de aire sí parecerá un globo- la tranquilizó Raquel.

Animadas por estas palabras, siguieron con su tarea. Procurando no mover las telas, María José se desplazó a gatas hasta el empalme central y fue prendiendo con alfileres los dobladillos de una sábana azul desgastada y una cortina enorme teñida de colores chillones. Al mismo tiempo, Ana hacía lo propio con otro de los dobladillos de la cortina y el más corto de una pieza informe de tela blanca. Los alfileres se habían agotado, y el tiempo también.

Belén, muy previsora, había ido dibujando sobre un papel la disposición de las telas, de modo que pudieron recogerlas sin ningún problema y devolverlas a sus bolsas. Doblaron con mucho cuidado las tres piezas provisionalmente unidas y las guardaron aparte.

- Podemos llevarlo todo a mi casa, que está muy cerca- propuso Rocío.

A todas les pareció una buena idea.

- Pero, ¿tu madre?- objetó la prudente Luisa.

- Bah, no dice nada.

Pero no era eso lo que Luisa temía.

- Se va a enterar- aclaró-

- No. La he dicho que estamos preparando un disfraz de piratas y se lo ha creído.

Todas aplaudieron el ingenio de Rocío.

El día había sido provechoso por lo que se refiere al globo, pero no podían decir lo mismo si pensaban en el cajón: Pili, Inma y Rocío no habían conseguido montar sobre la base ni un solo lateral, aquello era más difícil de lo que creían. Heridas en su amor propio, se prometieron a sí mismas que lo conseguirían o morirían en el empeño.

Como Rocío había asegurado, su madre no dijo nada, pero su cara empalideció un poco cuando vio aparecer aquel ejército armado con bolsas y tablas. Se sintió más tranquila cuando su hija le explicó:

- Mamá, vamos a dejar esto en el patio. Luego me voy a jugar.

El terror indefinido que se había apoderado de mamá, desapareció al oír esto.

 

DIFICULTADES

En la segunda tarde de trabajo apenas cundió la labor.

- Mi madre me ha dicho que las cosas primero se hilvanan y luego se cosen a máquina- anunció Gemma.

Y aquí surgió la primera dificultad, porque hilvanar no sería muy difícil, pero ninguna sabía coser a máquina y no creían a sus madres muy dispuestas a perder su tiempo en hacerles ese trabajo.

- Mi madre sí- aseguró Ana.

Pero no resultó cierta su contundente afirmación y se encontraron al tercer día con varias piezas mal hilvanadas y cinco tablas, porque tampoco Inma, Rocío y Pili habían avanzado nada.

La madre de Ana estaba sobrada de buena voluntad, pero falta de tiempo por el momento, y si querían que lo cosiera, tendrían que esperar a que pudiera encontrar un hueco entre sus ocupaciones.

Por su parte, las carpinteras habían calculado mal la longitud de los clavos y no habían podido hacer nada. Lo malo era que ahora, ya provistas de otros suficientemente largos, no sabían muy bien cómo hacerlo.

Y eso no era todo. Alguien había planteado un problema mucho más difícil de resolver: ¿cómo dirigirían el globo? ¿cómo harían para que bajara?

Haciendo caso omiso a estas sensatas objeciones, siguieron trabajando aquel tercer día hasta la caída del sol. Pero una vocecilla resonaba en sus conciencias, una vocecilla que invadió sus sueños esa noche: ¿Cómo dirigir el globo? ¿cómo hacerlo bajar?

La despierta mente de Mari Mar le inspiró una idea: consultaría los libros de su hermano mayor, que ya estaba en el instituto; seguro que traían algo referente a globos, aviones y cosas así.

Al día siguiente propuso a sus amigas buscar información en libros adecuados. Se aceptó la propuesta por unanimidad. Esa tarde no se reunieron, sino que la dedicaron a la labor investigadora.

Rocío, Raquel y Luisa no habían mirado nunca los libros de texto con tanto interés y entusiasmo como miraban ahora los que tenían ante sí y cuyos títulos eran tan prometedores e incitantes como "Cinco semanas en globo"", "Globos aeróstaticos: la aventura de volar", "Deportes aéreos", y alguno más con palabras parecidas impresas en la cubierta.

- ¡Bah! Aquí no dice nada- exclamó Luisa soltando desdeñosamente "Deportes aéreos".

Rocío intentaba descifrar los párrafos oscuros de "Globos aeróstaticos: la aventura de volar", con infructuosos resultados.

Raquel, leyendo a Julio Verne, casi se había olvidado del motivo inmediato y práctico por el que lo leía.

Finalmente, toda su aplicación de aquella tarde resultó inútil.

Se unieron todas desoladas al día siguiente en el recreo: nadie había encontrado nada.

Pero ninguna estaba dispuesta a rendirse, eso no. Lo intentarían de nuevo aquella tarde. Y aquella tarde corrieron la misma suerte: lo que entendían no les servía, y lo que no entendían no les servía tampoco porque, aunque les sirviera, no eran capaces de descifrarlo. Sólo les quedaba un recurso: pedir ayuda. Tal vez el hermano de Mari Mar quisiera explicarles todo eso tan difícil que no lograban comprender aun cuando lo estudiaban afanosamente. Se aferraron con todas sus fuerzas a aquella última posibilidad. Cuando salieron del colegio por la tarde, Mari Mar corrió a casa y fue directamente al dormitorio de su hermano, sin pasar por la sala, donde estaba su madre, a la que saludó al paso con un ruidoso "Mamá, ya he venido", ni por su propia habitación.

Cuando Tomás escuchó lo que su hermana pequeña tenía que decirle, soltó una carcajada.

- Estás como una cabra, niña. Sois tontas, tus amigas y tú.

- ¿Por qué?- preguntó Mari Mar airadamente.

- Pues porque no podéis hacer un globo así como así.

Después de oír la explicación tan razonable que Tomás añadió a esa negativa, Mari Mar fue incapaz de reaccionar ante la estrepitosa venida abajo de su sueño aventurero.

Durante toda la noche estuvo pensando, intentando convencerse de que su hermano estaba equivocado, pero al fin hubo de reconocer que las equivocadas eran ellas. Ahora el problema era cómo se lo diría a sus amigas. Seguramente iban a recibir la noticia tan mal como ella misma la había recibido, y por eso le daba pena tener que comunicársela. Cuando estuvo al día siguiente ante ellas, repitió punto por punto la explicación de Tomás. Todas sin excepción se negaron a admitirla.

- No puede ser- decían unas.

- Tu hermano no sabe nada- se oía decir a otras.

Pero en el fondo habían comprendido que Tomás tenía razón. Ninguna quería resignarse a admitir la verdad y se pusieron todas de acuerdo, incluso Mari Mar, contagiada por la terquedad de las demás, para seguir buscando una solución aquella tarde.

 

HABRÍA SIDO DIVERTIDO VOLAR EN GLOBO

Diecisiete caras compungidas se reunieron en un rincón del patio del colegio una soleada mañana de primavera, a la hora alegre del recreo.

Ninguna de sus diecisiete parlanchinas bocas parecía querer ser la primera en abrirse.

Con una tarde de investigación desesperada y una noche de triste meditación por medio, la desagradable realidad había terminado por imponerse.

Por fin, Amanda rompió el pesado silencio:

- No encontré nada.

La frase se repitió unas cuantas veces.

Finalmente, Pili pronunció lo que todas pensaban y no querían decir:

- Yo creo que Tomás tenía razón.

Se dejaron oír voces airadas de protesta, pero se notaba demasiado que trataban de convencerse a sí mismas. Eran sólo un resto de rebeldía ante el fracaso de su aventura.

Esa tarde hubo chicas que, contra toda lógica, siguieron intentando construir el globo, pero ya la desilusión iba ganando terreno a la rabia del fracaso y una de estas chicas fue la que, en el recreo del día siguiente, melancólica bajo un sol radiante de primavera, suspiró:

- ¡Habría sido divertido volar en globo!

FIN

11-Julio-1990

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA NOCHE NOS ATRAPA

LA NOCHE CRUEL, LA NOCHE NO PERDONA, LA REALIDAD SE DESNUDA EN LA NOCHE, PROSTITUTA DE LUNA Y DE HIEL, REALIDAD CRUDA Y SALVAJE QUE TE PENETRA E INFUNDE LA MUERTE EN CADA SECA EMBESTIDA, EN CADA EMBATE FEROZ Y SIN PIEDAD, EMBATE ANIMAL E INSTINTIVO DE LA NOCHE DESNUDA, CRUDA, SALVAJE...

LA NOCHE NOS ATRAPA

Ana bajó a buscar a Carmen. Cuando llegó a casa de ésta eran las once menos veinte y Carmen estaba terminando de arreglarse; en cinco minutos estuvo lista del todo. Salieron ambas despidiéndose:

- Papá, me voy- Carmen.

- Hasta luego- Ana.

- Adiós- respondió Antonio.

Calleja oscura arriba, salieron a una calle más ancha e iluminada, la anduvieron un trecho y tomaron la primera calle a la derecha, más estrecha y con menos alumbrado; una calle más y ya podía considerarse que estaban en el centro del pueblo, pero ellas iban al mismo corazón y tuvieron que caminar un poco más. A las once entraban en el bar de Tasio. Antes de pedirlo, ya tenían servidas Ana su botella de agua mineral y Carmen su fanta de naranja.

- ¡Qué eficacia!- alabó Ana sonriente.

- Ya ves, socia; el que vale, vale- repuso Tasio con cara de guasa.

- Tú sí que vales- siguió Ana la broma- Si yo vengo aquí, a ver por qué crees tú que vengo: por tí, porque tú verás estos cafres...

Los cafres no la oyeron y no pudieron darse por aludidos. Paco llegó entonces. Su equipo, el Atleti, había ganado un partido y entró saludando a la afición, que lo recibió con felicitaciones. Tras los saludos, lo primero por parte de Paco fue  meterse un poco con Tasio, madridista acérrimo. Luego le pidió:

- Un segoviano, socio.

- Con matarratas, cabrón- le respondió éste mientras vertía el Dyck en el vaso de tubo.

- Un partidazo, tío, eso es jugar, y no el Madrid, que se duerme. Un equipo con un par de pelotas.

- Con un par de pelotas no, porque para once tíos son pocas. Tenías que multiplicar por once- añadió Pedro bromeando.

- No, si lo ha dicho bien, con un par de pelotas ná más, porque sólo ha jugao Futre- siguió Tasio.

La discusión continuó a grandes voces. Ana y Carmen salieron a sentarse fuera. Entre Paco y Tasio sacaron la mesa; se sentaron todos alrededor.

Carlos dijo que se marchaba, pero lo retuvieron muy fácilmente. Carmen y Ana también dijeron que se iban, ellas a ver a Esteban, e igualmente se dejaron retener hasta que Tasio decidió echar el cierre. Subieron todos al pub, excepto éste, que se quedó barriendo y terminando de recoger.

Elena no estaba.

- Ha subido a dar una vuelta a los niños- explicó Esteban.

Lo cual significaba que su mujer había ido a casa para comprobar que sus hijos dormían y que todo estaba en orden. Llevaban allí diez minutos cuando Elena volvió.

- Hay una de miedo en la tres- informó a las chicas- La he dejado grabándose.

Los domingos de invierno los habían pasado Ana, Carmen, Paula, Ángel y Marta viendo la película de miedo que pasaban a las once en uno de los canales privados de la tele, unas veces prestándole toda la atención y otras mientras jugaban al Trivial o a las cartas. Cuando tenía un momento, Elena se sentaba a verla con ellos, o se paraba un instante para informarse de cómo iba. Generalmente eran películas de casquería: mucha sangre, muchas vísceras y poco argumento; tema, ni soñar con que lo hubiera. Pero en contadas ocasiones ponían alguna verdaderamente interesante y entonces sí que olvidaban Trivial y cartas para ver la película en cuestión, o para no verla, porque Carmen, Paula y Marta se tapaban los ojos cuando salía alguna escena terrorífica o repugnante, o bien miraban hacia otro lado, mientras Ángel y Ana bromeaban sobre ella. En ocasiones, cualquiera de éstos o Esteban, aprovechaba un momento en el que estuvieran las tres muy atentas a la pantalla para asustar a alguna con una tentativa de estrangulamiento, un zarandeo acompañado de un ¡ah!, o un grito al oído. La víctima chillaba con repentino y efímero pánico, sobresaltada por el inesperado ataque; a continuación gritaba para insultar al autor de la broma, excepto si se trataba de Esteban; si era éste el bromista, se limitaban al reproche divertido.

Mientras veían Carmen y Ana una película especialmente sanguinolienta, ésta, para incordiar a su amiga, pidió un zumo de tomate. Se levantó bruscamente.

- Voy a pedir un zumo de tomate.

- Ni se te ocurra.

Se le ocurrió. Fue hasta la barra, en la cual estaban Paco, Pedro, Carlos, Pepe, Tito y Tasio. Pidió el zumo, pero no lo había. Los chicos empezaron a meterse con Carmen y a sugerirle imágenes especialmente asquerosas, acordes con las que pasaban en la pantalla en esa ocasión. Por fin acabó el suplicio.

- Hoy no me ha gustado nada. ¡Qué asco! No había más que sangre, unas guarrerías... - se quejó Carmen.

- Pero bien que la has visto- reprochó Tasio.

- Nooo. Me he pasado la película tapándome los ojos.

- Y si no miraban, ¿para qué la estabas viendo?- razonó Pepe.

Ahora sí que Carmen parecía pillada, pero tenía respuesta para todo.

- Porque la oía. Con eso y los trozos que podía ver, ya me enteraba de qué iba. Y además, ya quería saber el final.

Era tarde. Tasio las invitó al último café y, después de tomarlo, se marcharon a casa.

LA NOCHE NOS ATRAPA

SE SINTIÓ ESTAFADA. RESERVADA  Y REFLEXIVA, CALLADA Y TRANQUILA, LE HICIERON CREER QUE PODÍA MOSTRARSE COMO ERA, SIN RESERVAS, ESPONTÁNEA Y FRANCA. Y LO HIZO. LO PAGÓ TAN CARO COMO NUNCA HABRÍA IMAGINADO, LA PAGARON CON EL AISLAMIENTO, CON EL DESPRECIO. SINTIÓ EL DOLOR Y LA SOLEDAD, EL DOLOR DE LA SOLEDAD. SE SINTIÓ ENGAÑADA. TENÍA QUE VOLVER A SÍ, GANARSE OTRA VEZ PARA SÍ MISMA. LA HABÍAN ESTAFADO Y YA NADA PODÍA HACER: LA SABÍAN VULNERABLE, Y SENTÍA CÓMO LA HERÍAN, CÓMO LACERABAN UNA Y OTRA VEZ LO MEJOR DE SÍ, LO MÁS PROFUNDO Y HERMOSO DE SÍ MISMA.

QUERÍA DARSE Y LA RECHAZABAN, Y NO ENTENDÍA EL PORQUÉ. EL RECHAZO Y LA INCOMPRENSIÓN LA HABÍAN CONDENADO AL DOLOR Y AL MIEDO. ¿POR QUÉ NO LA ACEPTABAN? ¿POR QUÉ NADIE LA ENTENDÍA? ¿POR QUÉ?

LA NOCHE NOS ATRAPA

Las dos y media; habían dejado pasar entre bromas otro cuarto de hora. Se despidieron definitivamente y salieron del pub. Pedro vivía muy cerca y se fue a casa andando. Pepe tiene el coche, suben Carmen, Ana, Carlos y él. Dejan primero a Carmen; ante su puerta, Carlos ha subido a propósito el volumen del casete; Carmen y Ana se le echan encima:

- Baja eso.

- ¡Los vecinos!

Finalmente, Carmen se mete en casa. Continúan camino los demás hasta la de Ana. Pepe va pisando a fondo. Suenan los Blue Brothers. Los tres tararean la canción. Fin de trayecto: han llegado a la puerta de Ana. Intercambian unas cuantas bobadas más, incluida la de subir el volumen, y Ana baja del coche, dice "Hasta mañana", cierra, entra en su jardín, sube la escalera, abre la puerta y desapararece tras ella. El coche arranca y desaparece también al doblar la esquina.

Otra noche, una más.

Un día más: trabajo mañana y tarde. Y llega la noche, comienza en el bar.

- El dieciseis de junio- pide Ana al tiempo que deja sobre la barra dos monedas de veinte duros.

Tasio se vuelve hacia el calendario, busca la fecha y rasca: casilla en blanco. Como siempre, Ana ha perdido.

Pepe se anima y juega también; no consigue nada.

- Al diecisiete de mayo- juega de nuevo.

Tasio empieza a rascar: sorpresa, cinco mil pesetas que el ganador celebra con una risa contenida y los demás con una carcajada estruendosa.

Echa por tercera vez.

- Veintisiete de febrero.

Increíble: Pepe acaba de ganar otras cinco mil pesetas. La risa se les desborda a todos. A Pepe le va a salir gratis la noche. Una ronda corre por su cuenta. Tasio prepara las copas -el Dyck con cocacola, su Dyck con agua-, los refrescos y los cafés con hielo para Carmen y para Ana.

La puerta se abre y alguien da las buenas noches: es Carlos, que llega con su modo desgarbado de caminar y la cara de falsa desgana que pone a veces. Viene vestido vaquero de arriba a abajo: camisa arremangada y pantalón. Ana no sabe si Carlos se da cuenta de lo atractivo que resulta de espaldas, enfundado en los vaqueros que tan bien le sientan. Carmen y ella ya han cuchicheado alguna vez qué estupendo culo tiene Carlos y lo bien que le cae ese tipo de pantalón. A Ana le vuelve loca.

Le cuentan la suerte que ha tenido Pepe.

- Cabrón, invítate a algo- le da la enhorabuena.

- No me sale de los cojones.

Y a continuación, a Tasio:

- Ponle una copa.

Conversación trivial para una noche tranquila. Como de costumbre, cuando Tasio cierra van a ver a Esteban; esta vez suben todos juntos. Al llegar, encuentran a éste y a Elena tras la barra; mientras Esteban hace guardia, Elena cena un bocadillo de pimientos fritos.

- Como te cuidas...

- Qué bien te alimentas.

- Ya podías repartir.

A semejantes saludos, ella hace un ademán y, cuando  por fin puede hablar, responde:

- Tan rico que me está sabiendo. No he comido nada desde las tres. Bueno, sí, una sardinilla cuando he subido a casa a las ocho, conque imagina.

Y sigue engullendo con deleite su apetitosa cena.

Con las copas, Esteban les pone un bol de pipas.

- Dan apendicitis- advierte Ana.

Nadie hace caso de la advertencia. Alguien da la alerta: en la tele está Playboy. Todos vuelven la cabeza hacia el televisor y empiezan los comentarios. Carmen, Ana y Elena se ríen de los hombres.

- Se os pone cara de gilipollas- les dicen- da risa veros.

Esteban da su opinión: son programas instructivos. La opinión de Esteban es compartida por Carlos, Pedro y Pepe.

- Esto es cultura- afirma el primero.

- Síii, se aprende mucho- corrobora Ana bromeando.

- Se ve mucho- matiza Carmen.

Los chicos le llevan la contraria.

- ¿Qué! Si no se ve ná: unas tetas- protesta Carlos.

- Pero qué tetas...- ríe Pedro.

Pepe no está muy ingenioso esta noche y permanece en silencio. Cuando el Playboy termina, Elena cambia el canal; pasa al plus para ver una película de estreno.

Ana ha dicho algo a destiempo y todos empiezan a meterse con ella; ha contestado a una pregunta mal oída tres o cuatro interlocuciones antes y la respuesta no es tal ni viene ahora al caso. El primero en reírse del despiste es Pepe. Las horas corren que vuelan; la de irse ha sonado ya.

- Hasta mañana- despedida general.

ELLA

ELLA

El lobo estaba herido y triste. Un cazador lo había disparado y la bala había rozdo su pata. La herida le escocía. Se le había llenado del polvo del camino. La lamía, intentando calmar el dolor.

No podía hacer nada por sí mismo, y los hombres lo temían.

Dispararían de nuevo sobre él si lo veían, creyendo que iba a atacarlos. Pero no el hombre de la cabaña... Él era diferente de los demás hombres. Su instinto lo condujo hacia él. Era un hombre fuerte y vigoroso, casi tan alto como los árboles centenarios que poblaban el bosque. Algunas arrugas surcaban ya su rostro moreno y curtido. Sus ojos eran profundos, como si hubieran alcanzado la verdad. Sus grandes manos y su extraordinaria configuración física habrían dado miedo de no estar su aspecto suavizado por una mirada serena y protectora. Todos lo llamaban "El solitario de las montañas". Nadie se ocupaba de él, salvo para criticar su carácter, que no se habían preocupado de conocer, o lo que hacía las raras veces que bajaba al pueblo.

El lobo cayó antes de llegar a la cabaña, aullando lastimeramente.

El  hombre dejó sobre la mesa el vaso de café que estaba tomándose, miró por la ventana y salió. Se acercó al animal y lo examinó atentamente. Cogiéndolo con cuidado, lo metió en la cabaña y lo colocó junto al fuego. Limpió bien la herida y la cubrió con un trozo de tela limpia.

- Espero que comas esto- dijo echando al lobo un trozo de carne que aún no había guisado.

Se lavó las manos y terminó el café después de recalentarlo.

Salió al bosque. Tenía que cazar algo para la comida. El último pedazo de venado que le quedaba se lo había echado al lobo herido.

Anduvo un trecho, sin prisas, redescubriendo, como cada día, la belleza que le rodeaba. El bosque estaba lleno de vida, y le gustaba darse cuenta de ello cada mañana, cada minuto del día.

"No se conoce nunca del todo el bosque. Es como la vida. Cada día hay algo nuevo que descubrir, algo bello en lo que no habíamos reparado", solía pensar en sus largas horas de soledad.

Al llegar a un claro, avistó un ciervo de impresionante cornamenta. Si conseguía abatirlo tendría carne para una buena temporada.

Lentamente, sin hacer ruido, cargó la escopeta, la amartilló, fijó sus ojos en el blanco... El animal cayó al primer disparo. "Buen tiro -se dijo- No ha sufrido"

Recogió la pieza cobrada, un macho viejo de gran tamaño, lo cargó en las espaldas y emprendió el regreso a su cabaña. Una vez allí, cuarteó el animal y se dispuso a adobar los pedazos. Tuvo trabajo hasta la caída del sol.

Había adquirido la costumbre de leer después de la cena, mientras consumía pausadamente su pipa, y, fiel a ella, cuando hubo dado cuenta de la comida, cogió un libro y se acomodó en la mecedora, que él mismo había hecho, junto al fuego. El lobo dormía.

"Si mañana puede andar, deberá volver al bosque"- pensó el hombre.

A la mañana siguiente un sol pálido adornaba el bosque.

Se levantó antes de la aurora y se fue al lago. Le gustaba ver amanecer desde allí, recostada su espalda en un árbol. Contemplaba extasiado cómo el sol subía... y subía...

Al principio era un disco naranja y se elevaba despacio. Cubríalo todo de un resplandor irreal, majestuoso. Y poco a poco se tornaba amarillo, como si, tras desperezarse, hubiera vestido una túnica de oro que extendía sobre las colinas de pendientes suaves y sobre el bosque ocre y verde, y sobre el espejo del lago helado y sobre aquellas otras montañas escarpadas de poniente y sobre el campo que había más allá del agua...

Todo despertaba y él quería que al renacer recibieran su saludo todas las creaturas, por eso abandonaba el lecho antes de que cantase el gallo y se iba allí. Se llenaba de paz.

Le gustaba sentir en la cara el aire fresco de la mañana, le daba fuerzas para afrontar el día con optimismo.

Cuando la sonrisa del sol ya era abierta y brillante, se levantó, contempló una vez más toda aquella belleza que le rodeaba y comenzó a caminar con paso firme en dirección a su cabaña.

Tenía que reparar la alacena.

El invierno era duro, pero aún se sentía satisfecho: si bien el frío era intenso, el bosque le proporcionaba no sólo con qué combatirlo, sino también todo aquello que necesitaba para subsistir. Los muchos años que había vivido en él le habían enseñado los misterios que ocultaba. Si a los hombres el bosque les parecía triste, él sabía que estaba lleno de vida, de una vida a la que un día decidió pertenecer. pero no había sido fácil conseguirlo, lo había logrado poco a poco, luchando por ello. Por eso ahora lo considerba tan suyo. Apenas tenía ya conciencia del tiempo que vivió entre los hombres, esos seres de su misma especie tan llenos de contradicciones. Y, sin embargo, él era uno de ellos, pero privilegiadoa: había encontrado lo que buscaba.

" La especie  humana...- pensaba- Buscan, pero sin saber qué, ni dónde encontrarlo, ni qué hacer con ello ¡Si tan sólo quiseira despojarse cada hombre de su egoísmo...!"

Pero acaso él también era egoísta.

Lentamente pasó el invierno. Y de nuevo despertaba el bosque.

El hombre de la cabaña estaba muy alegre. Mientras se aseaba cantaba muy alto una vieja canción que había aprendido de niño y había entonado muchas veces como mozo bajo las ventanas de las muchachas del pueblo que sus padres y muchos otros valientes y arriesgados fundaron.

La noche anterior el hombre de la cabaña había hecho una lista con todas aquellas cosas que era necesario comprar en el pueblo, al cual se disponía a bajar esa mañana.

Sentía la primavera, podía respirarla, palparla casi, aprehenderla con todos sus sentidos.

Una alfombra de resplandor amarillo mullía sus pasos camino del pueblo.

Iba silbando, sujetando con una mano la rienda de su borriquillo y con la otra apretando el tirante de su mochila. Lástima que no hubiera podido reparar el carro, pero necesitaba para eso las herramientas que iba a comprar. Caminaba con el sol de frente y lo sentía como un amigo.

Sabía que al llegar al pueblo todos iban a mirarlo y murmurar, pero ya estaba preparado para ello, y, además, estaba tan contento que no le imprtaba, hasta le divertía la idea.

En tanto tiempo de soledad no había perdido el buen humor, se había dado cuenta de que la alegía nace del interior y hace que todo parezca bueno, de que no son las cosas las que nos la dan.

Pensando y silbando, el camino se le acabó sin sentir. Enfiló la calle principal, ató su borriquillo en la baranda del porche del almacén grande y entró abriendo una puerta tan desvencijada que temió qudarse con ella en la mano.

Un empleado con cierto aire fatuo se adelantó al mostrador desde un apartado que había tras él y le preguntó secamente qué deseaba. El hombre de la cabaña, dispuesto a divertirse, le entregó la lista que llevaba, adoptando una falsa actitud intimidada. El empleado se volvió aún más seco al comprobar el efecto que creía haber causado en el cliente con su tono autoritario.

- Sí, bien- engoló la voz- Dentro de una hora le tendré preparado el pedido. Vuelva para entonces.

El hombre de la cabaña estaba sediento y se marchó a pasar ese tiempo en un local donde apagar la sed que lo aguijoneaba. Pero no aguantó allí una hora, sólo había fanfarrones y ociosos; apuró su cerveza y salió con rapidez. Desde el porche echó una ojeada a su alrededor y vio la calle polvorienta y asolanada. Había un gran alboroto de gente que iba y venía, riendo, hablando, dando fuertes voces. Damas muy peripuestas paseaban cogidas del brazo, cuchicheando y saludando con una sonrisa afectada a cuanto conocido encontraban.

El hombre de la cabaña bajó los escalones que elevaban el porche sobre la calle y se sumergió en aquel maremágnum agradable y anónimo. Se dejó llevar un rato, andando sin rumbo, siguiendo a la gente, dejando fluir su sociabilidad. Vio ante sí el hotel y decidió pasar. Todo era confortable y lujoso. Buscó el bar y fue a él. Se acomodó en una mesa. Probablemente la consumición sería cara, pero no le importaba. Para una vez que bajaba al pueblo no iba a escatimar unas monedas.

El hall estaba muy animado: el tren acababa de llegar y los viajeros entraban buscando alojamiento, previamente reservado en algunos casos, pero no en otros.

Y de súbito, su mirada se ancló en una aparición. Ella, esbelta y segura, había entrado allí.

Sus miradas se cruzaron...

LA NOCHE NOS ATRAPA

LA DESCONCERTABA CON SUS CAMBIOS DE ACTITUD, TAN AMABLE A VECES, TAN DISTANTE OTRAS, A VECES PARECIENDO QUERER, OTRAS INDIFERENTE. NO ERA CAPAZ DE ENTENDERLO, ESTABA PENDIENTE ELLA DE CADA GESTO DE ÉL, DE CADA PALABRA SUYA, DE CADA MIRADA, TENÍA QUE INTUIRLO CADA VEZ Y CADA VEZ SENTÍA MIEDO AL ENCONTRARLO, AUN ANTES DE QUE LO VIERA. ¿CÓMO ESTARÍA? ¿TENDRÍA ESA NOCHE AL AMIGO CARIÑOSO QUE SE PREOCUPABA DE ELLA? QUIZÁS ENCONTRARÍA AL HOMBRE QUE PARECÍA DESEARLA  Y LE DIRIGÍA MIRADAS INDIRECTAS CONTINUAMENTE; O AL CHICO INDIFERENTE QUE SÓLO LA SALUDABA Y LA IGNORABA YA EL RESTO DEL TIEMPO. CADA NOCHE ERA LO MISMO PARA ELLA: SIEMPRE PENDIENTE DE ÉL PARA INTERPRETAR SUS GESTOS, SUS PALABRAS, SUS MIRADAS, PARA INTENTAR SABER.

Y ALGUNAS NOCHES, EL AMIGO COMÚN QUE LA ESCUCHABA Y LA ACONSEJABA: AMIGO DE ELLA, AMIGO DE ÉL, UN AMIGO AL QUE CREÍA CONOCER Y QUE CONOCÍA SUS SECRETOS, UN AMIGO DEL QUE NADA SABÍA REALMENTE Y AL QUE LLEGARÍA A SABER, ALGUNA VEZ, CON EL TIEMPO.

LA NOCHE, LA NOCHE, LA NOCHE TORTURADORA, LA NOCHE DEL MIEDO Y LA INCERTIDUMBRE, SUS NOCHES: NOCHES VIVIDAS PARA ÉL, NOCHES EN ÉL DESPERDICIADAS, AMÁNDOLO CADA NOCHE, INVADIENDO AL DÍA CADA UNA DE SUS NOCHES CON ÉL, SIN ÉL. LO AMABA Y LO DESEABA, Y LO NECESITABA POR ELLO; NECESITABA DÁRSELE, COMPARTIRLO TODO CON ÉL, SU DÍA Y SU NOCHE, SU PAZ, SU ALEGRÍA, SUS PREOCUPACIONES, SUS AFICIONES, SU TRABAJO, SU OCIO, SU MESA Y SU CAMA: SU VIDA, VIVIR CON ÉL, VIVIR PARA ÉL.

LA MUÑECA ROTA

Dirigió sus ojos hacia la pobre muñeca rota. A menudo se había preguntado, aún se preguntaba, si aquel minúsculo y viejo trozo de trapo tendría alma. Cuando niña, la respuesta era inmediata. Cuando niña...

Se había mirado muchas veces en los ojos tristes de la vieja muñeca rota. A veces le había parecido percibir en ellos una luz alegre, o un suave reproche por algo. Era, sin duda, más que un juguete. Era un ser de otro mundo, una vida que en nada se parecía a la de los humanos, algo especial, con sus largas trenzas rubias de lana y su boquita pintada de un rojo intenso que muy raramente parecía sonreír. Tal vez no tuviera motivos...

Ella le hacía bonitos vestidos en las lánguidas tardes de verano, sentada bajo un paraíso, mientras abuelita, mamá, las tías y alguna visita ocasional, atendían eficientemente a sus labores de media, ganchillo o bordado y, al mismo tiempo, a una conversación que a veces interrumpían para contar algún punto.

Cuando se cansaba de coser, correteaba por los jardines con su pequeña y querida muñeca en los brazos. Le hablaba como a una niña y al llegar al lago, invariablemente le decía: "Ten cuidado. Si te caes y no estoy cerca puedes ahogarte. Un día te enseñaré a nadar, cuando seas mayor", segura de que podía oírla y entender sus palabras.

Ahora, cuando el tiempo había roto la magia de aquellas apacibles tardes, pensaba: "De todos modos, mi pobre muñeca no habría podido gritar "socorro""

Nunca le había dado un nombre. Tampoco lo había necesitado. Para ella, ésa era su querida muñeca y no había otra. Siempre le había profesado aquel afecto especial, lleno de ternura y dedicación. Tenía para ella una cunita de madera tallada donde la acostaba todas las noches y se imaginaba hacerla rezar y decir sus oraciones.

Nada había para ella más real que la vida de su muñeca.

¡Pobre muñeca de ojos tristes inmensos! El tiempo había estropeado sin compasión su cuerpecito de trapo y serrín. Su boquita era ahora pálida, sus miembros desproporcionados... Pero era la puerta dorada que le devolvía recuerdos de un tiempo decadente.

La guapa muñeca formaba parte de su mundo de sensaciones infantiles.

De pronto se sintió incapaz de recobrar aquellas vivencias que habían constituido el sustento de sus ilusiones siempre.

Dirigió sus pasos inconscientemente hacia la habitación que había ocupado cuando niña. Buscaba sin saberlo la cunita. Nadie más había vuelto a habitar la casona. ¿Estaría aún allí?

Se acercó al pueblo. El sol rozaba los tejados. Le recordó sus cuentos infantiles: era un pueblecito blanco, bajito y luminoso. Los claveles y geráneos ponían una nota de color en las limpísimas fachadas.

Antes había bajado a menudo hasta allí, siempre con su rubia muñeca entre los brazos, o de la mano, como la llevaba a ella mamá.

En el jardín vivía aún aquel hermoso paraíso bajo el que dejaba correr las largas tardes de los cálidos verandos de su infancia. Por algún milagro, aquel árbol aún podía cobijar con su sombra sueños e ilusiones.

Ella recordaba un embarcadero de madera clara y una barca de remos con un nombre: Matilde.

Grabada a fuego en su mente llevaba la imagen de su padre dando las últimas pinceladas en el costado sólido y firme del bote. "Era muy guapo" Y sonrió dulcemente con este pensamiento.

Ya no volvió a verlo. Nunca supo la razón.

Allí conoció su primer amor de adolescente. No recordaba su nombre, pero su rostro jamás podría olvidarlo. Ahora, en la distancia, le parecía todo irreal, producto de un sueño maravilloso. Sintió de nuevo sus ojos, tan profundos, mirándola con suavidad, como si le acariciase la larga melena flotando al viento.

Tenía todo aún aquel color de las viejas estampas, el color rubio del champán, el color del sol sobre los camps de trigo dorado.

Con su muñeca había cortado muchas veces en esos trigales amapolas, tan encarnadas como sus mejillas tersas de adolescente.

Quiso y le fue imposible recuperar la tibieza del sol encendiéndolas, tiñendo de vida rosa su piel. Hasta el sol era más frío.

Caminó lentamente, casi con miedo, solemnemente hacia el bosque; buscaba inconscientemente en su verdor algún signo del pasado. Avanzaba despacio, sobrecogida por su esfuerzo, abrazando a su muñeca, la muñeca rota tran frágil como sus sueño. Y al borde del bosque perfumado por la brisa, frente al lago limpio y claro, halló grabada su vida en una rama, a punta de navaja: un corazón atravesado por un flecha en cuyos extremos había unas iniciales y una fecha, 20-6-1925. Su muñeca sonrió...

LA NOCHE NOS ATRAPA

Dieron las doce en el reloj. Como cada noche, a esa hora se encendió el cartel luminoso del mercado, que estaba en la acera de enfrente, y pasó por la puerta del bar el camión de la basura, dejando tras de sí un olor insoportable y a la gente apiñada en el interior del local.

- Es Chanel 5- ironizaba alguien.

- No, qué va, es Poison- seguían la broma.

- Pues chicas, a mí me huele a Carolina Herrera- decía una tercera.

Las protestas contra la ruta del camión de la basura y las anécdotas relacionadas con el hedor que éste dejaba a su paso ocuparon los veinte minutos siguientes. De un tema en otro, la tertulia fue prolongándose y el tiempo transcurriendo. En el bar ya sólo quedaban Ana, Carmen, Pedro y Tasio.

Éste ya había apagado las luces y sólo tenía los focos grisáceos que mantenía encendidos mientras cerraba. Se disponía a lavar los últimos vasos cuando Carmen, que tenía prisa por irse y no quería hacerlo sin Tasio, se ofreció a ayudarlo, pensando que el barman no iba a hacerle caso. Sin embargo, a su brusca y poco sincera oferta:

- Anda, trae la escoba.

Tasio no dudó un momento y se la puso en la mano. Rompieron a reír Pedro, Ana y Pepe, que se había reincorporado tras ir al cajero automático, Tasio, y la propia Carmen con más ganas que nadie. Y así se encontró haciendo algo que sólo hacían allí los de confianza. Al día siguiente le tocaría a Ana. Ya estaba todo listo para cerrar, pero a alguien, no importa a quién, se le ocurrió tomar la última copa y Carmen se vio tras la barra sirviendo Dyck con cocacola y un Dyck con agua para Tasio.

- Ponnos unos cacahuetes- pidió Pepe.

Antes de que Tasio pudiera impedirlo, Carmen ya había colocado sobre la barra un platillo con los cacahuetes.

- Voy a tener que despedirte- amenazó el barman.

Cuando iban mediadas las copas, Ana empezó a meter prisa.

- Venga, acabaros eso y vamos a ver a Esteban, que ya es la una y media.

No surtió mucho efecto su apremio. Todavía tardaron un cuarto de hora cumplido en terminar las bebidas y entonces sí echó Tasio el cierre y subieron los cinco al pub de Esteban. No esperaban ver allí a Carlos, suponían que estaría en el garito con los demás.

- El Chiqui se estaba poniendo pesao y me he venido. Están hasta el culo de copas y ya me estaban tocando los cojones.

Así explicó su presencia en el pub. Inmediatamente fue pidiendo

- Elena, alhaja, un café... dos cafés...

A una indicación de Carmen, rectificó

- Un café, un té y unas copas.

A continuación se dirigió a la máquina del tabaco y sacó un paquete de Habanos.

- Elena, lechuza, qué bien enseñá la tienes. Se ha quedado con la vuelta.

La máquina, a veces, no daba el cambio. Elena abrió la caja y le dio a Carlos un par de monedas.

Tasio miraba una tabla en la que Esteban marcaba los pagos correspondientes a cada uno de los que aportaban para jugar a la loto. Tenía una peña y sus miembros eran bastante numerosos. Vio Tasio que debía dos semanas, pagó y adelantó otras dos. Pepe, cosa rara, lo llevaba al día. Carlos satisfizo su deuda de una semana y pagó un mes por adelantado. Esteban hacía cruces y más cruces sobre el papel. Ana comía con la cucharilla la crema de su café mientras Carlos y Pepe se burlaban de esta costumbre suya.

Pedro hablaba por los codos y a cada muestra de ingenio arrancaba carcajadas a los demás, sobre todo a Carmen y a Ana, que eran de risa fácil y escandalosa.

Las dos y cuarto, hora de irse.

- Me van a echar de casa, mañana me echan- se lamentaba Ana con regocijo y sin el menor pesar.

Todas las mañanas -y si no era por la mañana era a la hora de la comida- le caía alguna bronca por trasnochar teniendo la obligación de madrugar al día siguiente para ir al trabajo. En su casa no conocían el encanto de la noche y ella tampoco era capaz de explicarlo, peo lo sentí en toda su fuerza, de forma que seguía acostándose de madrugada y levantándose aun antes de amanecer, y soportando, unas veces con mejor humor que otras, la reprimenda diaria.

Como Carlos también se veía en esa situación, Carmen, por juego, les había ofrecido alojamiento en su casa, y ahora discutían qué habitación ocuparía cada uno.

- Para tí la habitación grande, que eso es una nevera; yo me quedo calentita en el cuarto de estar. Eso sí, para salir a la calle tienes que pasar por allí, así que cuando te vayas a trabajar, como te irás antes que yo, no me despiertes.

- ¿Y le vas a dejar pasando frío? ¿Tú sabes lo mal que se pasa? Anda, no seas mala; siendo grande la habitación...- bromeaba Esteban.

- Uy, Carmen tiene unas mantas...- ese "Uy" de Ana y su forma de no terminar las frases resultaban de lo más expresivo.

LA NOCHE NOS ATRAPA

Carmen y Ana bajaron juntas al bar. Una noche más, o al menos eso sentían.

- Hola, socias, ¿qué va a ser?- saludó Tasio.

- Dos cafés con hielo- pidió Ana.

Tasio, en silencio, se acercó a la cafetera y se puso a ello. En tanto salía el café, preparó platos y cucharillas y un par de vasos de caña con hielos. Ana lo tomaba sin azúcar; Carmen, con un sobrecillo. Estaban entre los contados parroquianos raros que no tomaban alcohol habitualmente, aunque Carmen se permitía de vez en cuando algún licor de fruta, incluso algún Baileys. Cuando no tomaba café, Ana bebía agua mineral y, en invierno, manzanilla. Era objeto de numerosas bromas por esta causa, ella misma se reía de su abstinencia. Pocas veces bebía alcohol, poquísimas: tres en dos años. La falta de costumbre hacía que cogiera el punto con medio daiquiri, única bebida alcohólica que le gustaba. Según sus propias palabras, controlaba lo que hacía y lo que decía, pero era incapaz de controlar la risa, reía sin poder parar por cualquier cosa que pensara, viera u oyera.

Al primer sorbo de café, Ana ya le cantó la alabanza.

- Está bueno, fuerte, fuerte.

Carmen asintió.

Llegaron Carlos y Pepe. Hicieron un saludo general y pidieron su copa.

- Tasio, danos de beber- exigió el primero.

- Y de comer- añadió Pepe.

- A cenar a casa- contestó Tasio poniendo cara de chiste.

Fueron llegando los demás. Esa noche no faltaba casi nadie. Paco se metió tras la barra para ayudar a Tasio. El bar estaba repleto; la terraza, también. Todo el mundo hablaba muy alto, las consumiciones se pedía a gritos; en el rincón de la tele, zona privilegiada, se discutía a voces sobre fútbol; alguien pedía a un amiguete que estaba en el otro extremo de la barra un paquete de tabaco, Choni llamaba desde fuera a Sara para que le pidiera una verde y Sara reaccionaba de inmediato subiendo mucho la voz:

- Tasio, una verde.

Al ruido de las voces se sumaba el de vasos y botellas, el sonido de la tele y la música que sonaba en el casete.

- Tasio, quita eso- gritaba Pedro.

Y Tasio, sirviéndose del mango de la escoba, apagó el televisor.

- Pero bueno, pon música, tío, quita esa mierda- se quejaba Paco.

Para él, lo que se oía no era música, sus gustos iban por otro lado.

Pepe se levantó para ir al servicio y Paco, que estaba de pie, asió el taburete con increíble celeridad y asentó regocijado sus posaderas en él. Ante la protesta de Luis, el hermano de Pepe, una respuesta típica del Tasio’s:

- Quien fue al retrete perdió el taburete.

Luis no supo qué responder.

En otro grupo, Pedro hablaba de teatro con Ana y Carmen, las cuales formaban parte de una asociación que pensaba llevar a escena "Maribel y la extraña familia"

-...sí, sí. Hombre, a mí me gustan los clásicos: Lope de Vega, Calderón...

- Bernabéu- cotinuó Ana la relación.

- Eso ha estado bien- admitió Pedro- Vas aprendiendo, vas aprendiendo.

Lo estaban pasando bien, muy bien.

 

NOCHE, CÁLIDA NOCHE SIEMRE NEGRA Y BRILLANTE, FASCINANTE SIEMPRE COMO EL MISTERIO, NOCHE CÁLIDA CON SU SONRISA BLANCA, NOCHE, IRRESISTIBLE NOCHE QUE SEDUCE Y NOS ATA CON LAZOS DE SANGRE ARDIENTE, CON LAZOS DE DESBOCADO AMOR, AMOR A LA NOCHE, AMOR POR LA NOCHE INEFABLE Y HERMOSA COMO UN VERANO ETERNO.

 

FUE UNA NOCHE DE VERANO. SU TRISTEZA SE HABÍA DESBORDADO Y ACUDIÓ A ÉL. LA CONFORTÓ. TUVO SUS BRAZOS Y SUS BESOS, AMOR DE UNA NOCHE DE CIELO OSCURO EN QUE FUE FELIZ COMO NO LO HABÍA SIDO NUNCA.

YA NUNCA FUE IGUAL. PERDIÓ SU AMISTAD. ÉL SE FUE ALEJANDO, ELLA FUE HUNDIÉNDOSE. OTRA VEZ AL BORDE DE LA VIDA, EN EL LÍMITE MISMO DE LA CORDURA. EL MIEDO Y LA TRISTEZA EN SU CORAZÓN, LA DESESPERENZA Y LA DESAZÓN DE LA INCERTIDUMBRE Y DEL DESCONCIERTO ANEGÁNDOLE LAS VENAS, INUNDÁNDOLE SU VIDA, SU MUERTE. ¿CÓMO SEGUIR SIN ÉL?  

LA NOCHE NOS ATRAPA

-¿Quién ha ganado??- pregunta Elena.

-¿Quién va a ganar?- responde Carmen.

Ana, como casi siempre, había ganado la partida.

Era la una y media de la madrugada.

-¿El último café?- propuso Carmen.

Lo tomaron en la barra, mientras charlaban con Elena.

A las dos menos diez se despidieron hasta la noche siguiente. Ésta había sido divertida en el bar, agradable en el pub de Elena y Esteban. No siempre era así: había noches aburridas, noches tristes, noches alegres, noches tranquilas y revueltas, y noches de luna llena. No hacía falta mirar al cielo, con observar a la gente de la noche se sabía que brillaba una luna oronda y sonriente, con toda su esplendorosa redondez presidiendo la fiesta. Ánimos alterados, excitación, calor, marcha, eran algunas de las sensaciones que esas noches invadían el ambiente y se adueñaban de todos los noctámbulos habituales. Las voces y las risas subían de tono, también las bromas. Sexo, sexo, sexo... que se quedaba en palabras y, quizás, en alguna ducha fría. Pero no siempre, ni en todos los casos.

 

ELLA EMPEZÓ A AMARLO SIN DARSE CUENTA DE LO QUE ESTABA OCURRIÉNDOLE. ÉL COMENZÓ A SERLO TODO, SE LE FUE COLANDO POR LAS RENDIJAS DE SU TRISTEZA, FUE TOMÁNDOLA CON SU CONSUELO, GANÁNDOLA CON SU CONFIANZA EN ELLA, GANANDO SU CONFIANZA, YA GANADA DESDE SIEMPRE SIN QUE NINGUNO ACERTARA A COMPRENDER POR QUÉ. ROMPIERON SUS SILENCIOS EN PEDAZOS EL UNO PARA EL OTRO, ELLA LE CONFIÓ, LE CONFIÓ ÉL. Y ÉL FUE INVADIÉNDOLE LAS VENAS, HACIÉNDOSELE SANGRE, FUE CONVIRTIÉNDOSE EN SU VIDA A PASOS DE ATENCIÓN Y DE TERNURA.

LA NOCHE NOS ATRAPA

LA NOCHE NOS ATRAPA

LA NOCHE: SALVAJE, FASCINADORA NOCHE, COFRE DE UN TESORO IGNOTO QUE NADIE HA CONSEGUIDO DESCUBRIR, NOCHE, ODALISCA VELADA, HÉROE INCÓGNITO; NOCHE CON MIL OJOS DE PLATA; NOCHE OSCURA Y PROFUNDA, CIELO DE LUNA DE VERBENA, LUNA LLENA Y BLANCA COMO LA FELICIDAD DE UNA NOCHE DE VERANO.

 ESCLAVOS DE LA NOCHE, HADA Y BRUJA, MAGA HECHICERA QUE NOS SOMETE CON FILTROS Y PÓCIMAS CUYO SECRETO LE PERTENECE Y A NADIE DESVELA. NOCHE SIN TIEMPO, TODO EN LA NOCHE ES MÁS, NOCHE EN BLANCO Y NEGRO, EXTREMO O EXTREMO, NO HAY EN LA NOCHE MÁS OPCIONES. EN LA NOCHE SE VIVE, LA NOCHE SE VIVE, SE VIVE LA FELICIDAD HASTA EL ÉXTASIS, EL DOLOR HASTA LA DESESPERACIÓN; SE VIVEN HASTA EL DOLOR EL AMOR Y EL ODIO. LA CORDURA ESTÁ PROSCRITA, EXILIADA DE LA NOCHE LA TEMPLANZA. LO BUENO O LO MALO, APURAR LA VIDA HASTA EL FIN, SEA EL FIN COMO SEA, SEA COMO SEA LA VIDA, VIVIR...

LA NOCHE NOS ATRAPA

Había caído ya una noche cualquiera de verano. Poco a poco iban llegando los habituales. Pasaban al bar, pedían bebida y, cargados de vaso y taburete, o bien de vaso y silla, salían a sentarse a la puerta y montaban allí una terraza ilegal e improvisada que se extendía a la acera de enfrente, pero aquí sin más asientos que la misma acera, el bordillo, el sillín de alguna moto o el capó de algún coche.

Hoy la terraza estaba al completo: sentados quienes habían conseguido silla o taburete, de pie los más desafortundados o los más retrasados en llegar, habían formado una tertulia sobre nada divertida, vivaz y ruidosa. Entre trivialidades y bromas iba pasando la noche. Trasiego de bebidas del bar a la calle y de ésta al ar, tráfico de vasos vacíos y de cascos vacíos de botellines, cervezas sin, refrescos... Continuo tráfico rodado por la carretera, llenas las terrazas que se veían desde el bar y gente paseando o sentada en los bancos de la plaza situada más abajo daban a la noche el ambiente veraniego y animado propio de finales de julio.

Iban escapando las horas sin dejarse sentir. Los habituales empezaban a abandonar para recalar en otros lugares que frecuentaban y a los que venían a caer cuando cerraba el bar o un poco antes, pero nunca, en verano, antes de la una de la madrugada.

 

UN MUNDO NUEVO: MUNDO REDUCIDO, MUNDO CERRADO QUE SÓLO SE HABÍA ABIERTO ANTE SUS OJOS, PERO NO PARA ELLA; UN MUNDO QUE ESTABA AHÍ, TAN CERCA, TAN LEJOS. DESEABA ENTRAR, SE PARTE DE ÉL, FATAL ATRACCIÓN DE LO DESCONOCIDO; QUERÍA AVENTURARSE SIN SABER, INSENSATA Y DECIDIDA, NO HABÍA ELECCIÓN: LA FUERZA DE LOS SENTIMIENTOS. LO QUERÍA Y ÉL ESTABA ALLÍ, NO HABÍA ELECCIÓN.

DE LO PERFECTO A SU DESTRUCCIÓN, Y ÉL HABÍA ESTADO A SU LADO, SIN ÉL NO HABRÍA PODIDO SUPERARLO; EMPEZÓ A QUERERLO Y SU AMOR FUE CRECIENDO INCONTROLABLE (¿ALGUNA VEZ QUISO REALMENTE CONTROLARLO?) UNA NOCHE TRISTE; SU CONSUELO; UNA NOCHE DE LOCURA, ATRAPADA YA SIN REMISIÓN, AMÁNDOLO YA HASTA LO IMPOSIBLE Y SIN REMEDIO.

 

Ana y Carmen se marcharon a la terraza del pub al que solían acudir, una vez allí cambiaron de opinión y pasaron al interior. Elena estaba tras la barra y le daba a Esteban vasos y botellas que éste iba poniendo en una bandeja para servir en la terraza.

Saludos recíprocos; Ana y Carmen pidieron y, consumición en mano, fueron hasta su sitio habitual, el asiento del fondo derecha, con sus dos mesitas y la tele en una repisa en los alto de la pared. Al entrar al pub se veía a la izquierda una máquina tragaperras, la repisa de la ventana, que servía de asiento, y la barra. Ésta tenía un codo hacia la izquierda y, en el extremo, un refrigerador para enfriar las copas; al lado, colgada en la pared, la máquina del tabaco; frente a la barra, de izquierda a derecha, los aseos y un par de máquinas de videojuego contra una medianería tras de la cual quedaba una de las zonas de tertulia, con su banco corrido de obra, vestido con cojines en verde y negro, un par de mesitas redondas y algunas banquetas. Y por último, el almacén, con su correspondiente cartel de "PRIVADO" en la puerta. Entrando, a la derecha, tres zonas de tertulia con sus bancos corridos, banquetas y mesitas; en la primera zona, orientado hacia la barra, un televisor. Profusión de espejos, abanicos y plantas completaban la decoración del local.

Tras un rato de charla, Ana propuso echar una partida de Trivial y le pidió el juego a Elena. Entre sorbo y sorbo de café -Ana- y de té -Carmen- iban tirando el dado, preguntando y respondiendo; no jugaban ortodoxamente, su forma de jugar era mucho más divertida: cuando aquélla a quien le tocaba contestar dudaba o desconocía la respuesta, quien había hecho la pregunta le daba pistas, a veces clarísimas, a veces menos, pero siempre con el riesgo de que fueran malinterpretadas. Eso ocurría también cuando jugaban con otros amigos.

- En el país de los ciegos, el tuerto...

Paula debía completar el refrán y Ángel trató de sugerirle la idea de una corona girando un dedo alrededor de la cabeza, pero Paula entendió otra cosa y remató el refrán a su manera:

- El tuerto lleva boina.

La carcajada fue estruendosa, general y prolongada.

En ocasiones, alguien acertaba por pura casualidad:

-¿Cuáles son las minas más pequeñas?

Y Ana, tras pensar en unos cuantos metales, sin saber qué responder, dijo en broma:

- Las de los lapiceros.

Y acertó. Esta vez lo estruendoso, general y prolongado fue la protesta a carcajadas.

LA NOCHE NOS ATRAPA

UN MUNDO NUEVO Y DESCONOCIDO SE ABRIÓ DE REPENTE ANTE ELLA; TRASPASÓ EL UMBRAL TÍMIDAMENTE Y SIN MIEDO. DEJABA ATRÁS SU MUNDO COTIDIANDO DE AÑOS, EL MUNDO A SU MEDIDA QUE ELLA HABÍA CREADO, UN MUNDO A SU MEDIDA AMABLE Y CERCANO. RENUNCIÓ A ÉL. INCURSIONES BREVES EN UN MUNDO ÚNICO Y DISTINTO, EN UN MUNDO DE REALIDAD SOLA Y DESNUDA, Y LA INTROMISIÓN FINAL: ATRAPADA, SIN SALIDA. YA PARA SIEMPRE ENGANCHADA A LA NOCHE, ADICTA A UN LABERINTO CAMBIANTE, NOVIA DE LA NOCHE BRUJA Y FASCINANTE, DE LA NOCHE NEGRA SIN NORTE, ENGAÑOSAMENTE CAMBIANTE, HAMBRIENTA COMO UN LOBO, PELIGROSA E IRRESISTIBLE COMO UN TIGRE, NOCHE SALVAJE A LA QUE NADIE DOMINA, QUE A TODOS DOMINA CON SU PODER OSCURO, CON SUS LUCES QUIMÉRICAS COMO LAS BROMAS DEL DESTINO.

LA NOCHE NOS ATRAPA

LA NOCHE NOS ATRAPA

Era un local alargado y pequeño, con una barra como media cruz gamada, una máquina de tabaco a la izquierda de la entrada, una máquina tragaperras, una de videojuego y una mesa con algunas sillas a la derecha de la misma, frente a la barra; y al fondo, el aseo. Un espejo detrás de la barra y otro mayor enfrente permitían ver indirectamente cuanto se quisiera mirar de modo furtivo. Media docena de taburetes y una estufa de gas en invierno -dos ventiladores en verano-, un calendario juego con todos los meses de treinta y un días y un calendario con la fotografía de un bodegón, jamón en primer plano, eran algunas de las características que daban peculiaridad al bar y lo convertían en un bareto con encanto. Pero era sobre todo el barman, como le gustaba ser llamado, medio en broma, medio en serio, quien atraía con su amistosa actitud a los muchos parroquianos que acudían a su local, bareto de amigos en guerra por conseguir un taburete, por disfrutar barra, y, en el colmo de la buena suerte, o de la habilidad, lograr una cosa y la otra sin dejar ninguna, bajo ningún pretexto, el resto de la noche.

LA NOCHE NOS ATRAPA

LA NOCHE NOS ATRAPA

LA NOCHE NOS ATRAPA. LA NOCHE ES UNA FIERA ÁVIDA QUE NOS DEVORA, UN LABERINTO DEL QUE RESULTA IMPOSIBLE ESCAPAR. TE VA ENVOLVIENDO LA NOCHE Y SÚBITAMENTE LO DESCUBRES, CUANDO YA ES IMPOSIBLE LA HUIDA, CUANDO QUERERLA SIQUIERA NO ES MÁS QUE UN SEGUNDO DE CORDURA, UN FULMINANTE DESTELLO EN MEDIO DE LA TORMENTA INFINITA, UN INSTANTE DE LUZ, DE PAZ, DE CALMA INVEROSÍMIL EN EL REINO DE LA DESMESURA. TIENE LA NOCHE DIMENSIONES PROPIAS, EN LA NOCHE TODO SE INTENSIFICA; TODO ADQUIERE PROPORCIONES QUE NOS SOBREPASAN, EN LA NOCHE INTENSA Y VIVA, PALPITANTE CORAZÓN DE UN MUNDO QUE YA SÓLO AMA LA NOCHE.

ELOGIO DEL 2

El dos es un número perfecto; tiene la humildad de un arrodillado y la elegancia del cisne. Postrado de hinojos, el cuello erguido, es el dos un número firmemente establecido en su terreno que sabe desplazarse, deslizándose con tanta suavidad como si no tocara la tierra.

El dos es lo completo, porque ya se sabe: dos son compañía; tres, multitud. Es el dos, pues, la plenitud, frente a la soledad de uno solo, frente a la soledad de uno entre muchos.

Por eso, desde aquí, quiero hacer del 2 un merecido elogio, aunque tardío; como dice el refrán: nunca es tarde si la dicha es buena... y es de dos.