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Cajón desastre

LA NOCHE NOS ATRAPA

Dieron las doce en el reloj. Como cada noche, a esa hora se encendió el cartel luminoso del mercado, que estaba en la acera de enfrente, y pasó por la puerta del bar el camión de la basura, dejando tras de sí un olor insoportable y a la gente apiñada en el interior del local.

- Es Chanel 5- ironizaba alguien.

- No, qué va, es Poison- seguían la broma.

- Pues chicas, a mí me huele a Carolina Herrera- decía una tercera.

Las protestas contra la ruta del camión de la basura y las anécdotas relacionadas con el hedor que éste dejaba a su paso ocuparon los veinte minutos siguientes. De un tema en otro, la tertulia fue prolongándose y el tiempo transcurriendo. En el bar ya sólo quedaban Ana, Carmen, Pedro y Tasio.

Éste ya había apagado las luces y sólo tenía los focos grisáceos que mantenía encendidos mientras cerraba. Se disponía a lavar los últimos vasos cuando Carmen, que tenía prisa por irse y no quería hacerlo sin Tasio, se ofreció a ayudarlo, pensando que el barman no iba a hacerle caso. Sin embargo, a su brusca y poco sincera oferta:

- Anda, trae la escoba.

Tasio no dudó un momento y se la puso en la mano. Rompieron a reír Pedro, Ana y Pepe, que se había reincorporado tras ir al cajero automático, Tasio, y la propia Carmen con más ganas que nadie. Y así se encontró haciendo algo que sólo hacían allí los de confianza. Al día siguiente le tocaría a Ana. Ya estaba todo listo para cerrar, pero a alguien, no importa a quién, se le ocurrió tomar la última copa y Carmen se vio tras la barra sirviendo Dyck con cocacola y un Dyck con agua para Tasio.

- Ponnos unos cacahuetes- pidió Pepe.

Antes de que Tasio pudiera impedirlo, Carmen ya había colocado sobre la barra un platillo con los cacahuetes.

- Voy a tener que despedirte- amenazó el barman.

Cuando iban mediadas las copas, Ana empezó a meter prisa.

- Venga, acabaros eso y vamos a ver a Esteban, que ya es la una y media.

No surtió mucho efecto su apremio. Todavía tardaron un cuarto de hora cumplido en terminar las bebidas y entonces sí echó Tasio el cierre y subieron los cinco al pub de Esteban. No esperaban ver allí a Carlos, suponían que estaría en el garito con los demás.

- El Chiqui se estaba poniendo pesao y me he venido. Están hasta el culo de copas y ya me estaban tocando los cojones.

Así explicó su presencia en el pub. Inmediatamente fue pidiendo

- Elena, alhaja, un café... dos cafés...

A una indicación de Carmen, rectificó

- Un café, un té y unas copas.

A continuación se dirigió a la máquina del tabaco y sacó un paquete de Habanos.

- Elena, lechuza, qué bien enseñá la tienes. Se ha quedado con la vuelta.

La máquina, a veces, no daba el cambio. Elena abrió la caja y le dio a Carlos un par de monedas.

Tasio miraba una tabla en la que Esteban marcaba los pagos correspondientes a cada uno de los que aportaban para jugar a la loto. Tenía una peña y sus miembros eran bastante numerosos. Vio Tasio que debía dos semanas, pagó y adelantó otras dos. Pepe, cosa rara, lo llevaba al día. Carlos satisfizo su deuda de una semana y pagó un mes por adelantado. Esteban hacía cruces y más cruces sobre el papel. Ana comía con la cucharilla la crema de su café mientras Carlos y Pepe se burlaban de esta costumbre suya.

Pedro hablaba por los codos y a cada muestra de ingenio arrancaba carcajadas a los demás, sobre todo a Carmen y a Ana, que eran de risa fácil y escandalosa.

Las dos y cuarto, hora de irse.

- Me van a echar de casa, mañana me echan- se lamentaba Ana con regocijo y sin el menor pesar.

Todas las mañanas -y si no era por la mañana era a la hora de la comida- le caía alguna bronca por trasnochar teniendo la obligación de madrugar al día siguiente para ir al trabajo. En su casa no conocían el encanto de la noche y ella tampoco era capaz de explicarlo, peo lo sentí en toda su fuerza, de forma que seguía acostándose de madrugada y levantándose aun antes de amanecer, y soportando, unas veces con mejor humor que otras, la reprimenda diaria.

Como Carlos también se veía en esa situación, Carmen, por juego, les había ofrecido alojamiento en su casa, y ahora discutían qué habitación ocuparía cada uno.

- Para tí la habitación grande, que eso es una nevera; yo me quedo calentita en el cuarto de estar. Eso sí, para salir a la calle tienes que pasar por allí, así que cuando te vayas a trabajar, como te irás antes que yo, no me despiertes.

- ¿Y le vas a dejar pasando frío? ¿Tú sabes lo mal que se pasa? Anda, no seas mala; siendo grande la habitación...- bromeaba Esteban.

- Uy, Carmen tiene unas mantas...- ese "Uy" de Ana y su forma de no terminar las frases resultaban de lo más expresivo.

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