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Cajón desastre

LA NOCHE NOS ATRAPA

Había caído ya una noche cualquiera de verano. Poco a poco iban llegando los habituales. Pasaban al bar, pedían bebida y, cargados de vaso y taburete, o bien de vaso y silla, salían a sentarse a la puerta y montaban allí una terraza ilegal e improvisada que se extendía a la acera de enfrente, pero aquí sin más asientos que la misma acera, el bordillo, el sillín de alguna moto o el capó de algún coche.

Hoy la terraza estaba al completo: sentados quienes habían conseguido silla o taburete, de pie los más desafortundados o los más retrasados en llegar, habían formado una tertulia sobre nada divertida, vivaz y ruidosa. Entre trivialidades y bromas iba pasando la noche. Trasiego de bebidas del bar a la calle y de ésta al ar, tráfico de vasos vacíos y de cascos vacíos de botellines, cervezas sin, refrescos... Continuo tráfico rodado por la carretera, llenas las terrazas que se veían desde el bar y gente paseando o sentada en los bancos de la plaza situada más abajo daban a la noche el ambiente veraniego y animado propio de finales de julio.

Iban escapando las horas sin dejarse sentir. Los habituales empezaban a abandonar para recalar en otros lugares que frecuentaban y a los que venían a caer cuando cerraba el bar o un poco antes, pero nunca, en verano, antes de la una de la madrugada.

 

UN MUNDO NUEVO: MUNDO REDUCIDO, MUNDO CERRADO QUE SÓLO SE HABÍA ABIERTO ANTE SUS OJOS, PERO NO PARA ELLA; UN MUNDO QUE ESTABA AHÍ, TAN CERCA, TAN LEJOS. DESEABA ENTRAR, SE PARTE DE ÉL, FATAL ATRACCIÓN DE LO DESCONOCIDO; QUERÍA AVENTURARSE SIN SABER, INSENSATA Y DECIDIDA, NO HABÍA ELECCIÓN: LA FUERZA DE LOS SENTIMIENTOS. LO QUERÍA Y ÉL ESTABA ALLÍ, NO HABÍA ELECCIÓN.

DE LO PERFECTO A SU DESTRUCCIÓN, Y ÉL HABÍA ESTADO A SU LADO, SIN ÉL NO HABRÍA PODIDO SUPERARLO; EMPEZÓ A QUERERLO Y SU AMOR FUE CRECIENDO INCONTROLABLE (¿ALGUNA VEZ QUISO REALMENTE CONTROLARLO?) UNA NOCHE TRISTE; SU CONSUELO; UNA NOCHE DE LOCURA, ATRAPADA YA SIN REMISIÓN, AMÁNDOLO YA HASTA LO IMPOSIBLE Y SIN REMEDIO.

 

Ana y Carmen se marcharon a la terraza del pub al que solían acudir, una vez allí cambiaron de opinión y pasaron al interior. Elena estaba tras la barra y le daba a Esteban vasos y botellas que éste iba poniendo en una bandeja para servir en la terraza.

Saludos recíprocos; Ana y Carmen pidieron y, consumición en mano, fueron hasta su sitio habitual, el asiento del fondo derecha, con sus dos mesitas y la tele en una repisa en los alto de la pared. Al entrar al pub se veía a la izquierda una máquina tragaperras, la repisa de la ventana, que servía de asiento, y la barra. Ésta tenía un codo hacia la izquierda y, en el extremo, un refrigerador para enfriar las copas; al lado, colgada en la pared, la máquina del tabaco; frente a la barra, de izquierda a derecha, los aseos y un par de máquinas de videojuego contra una medianería tras de la cual quedaba una de las zonas de tertulia, con su banco corrido de obra, vestido con cojines en verde y negro, un par de mesitas redondas y algunas banquetas. Y por último, el almacén, con su correspondiente cartel de "PRIVADO" en la puerta. Entrando, a la derecha, tres zonas de tertulia con sus bancos corridos, banquetas y mesitas; en la primera zona, orientado hacia la barra, un televisor. Profusión de espejos, abanicos y plantas completaban la decoración del local.

Tras un rato de charla, Ana propuso echar una partida de Trivial y le pidió el juego a Elena. Entre sorbo y sorbo de café -Ana- y de té -Carmen- iban tirando el dado, preguntando y respondiendo; no jugaban ortodoxamente, su forma de jugar era mucho más divertida: cuando aquélla a quien le tocaba contestar dudaba o desconocía la respuesta, quien había hecho la pregunta le daba pistas, a veces clarísimas, a veces menos, pero siempre con el riesgo de que fueran malinterpretadas. Eso ocurría también cuando jugaban con otros amigos.

- En el país de los ciegos, el tuerto...

Paula debía completar el refrán y Ángel trató de sugerirle la idea de una corona girando un dedo alrededor de la cabeza, pero Paula entendió otra cosa y remató el refrán a su manera:

- El tuerto lleva boina.

La carcajada fue estruendosa, general y prolongada.

En ocasiones, alguien acertaba por pura casualidad:

-¿Cuáles son las minas más pequeñas?

Y Ana, tras pensar en unos cuantos metales, sin saber qué responder, dijo en broma:

- Las de los lapiceros.

Y acertó. Esta vez lo estruendoso, general y prolongado fue la protesta a carcajadas.

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