Será divertido volar en globo
LO HAREMOS
Un papel corría de mano en mano por la clase ahora que la maestra estaba vuelta de espaldas, escribiendo en la pizarra.
"A la hora del recreo, reunión donde siempre"
Para cuando la maestra se volvió de nuevo, todas las interesadas habían podido leer la citación.
Aún faltaba media hora para el recreo, era demasiado tiempo para soportar su transcurso con calma. Ninguna niña pudo hacer mucho caso de la maestra durante esa lentísima media hora. Pero, como todo llega en este mundo, llegó también el mediodía.
- La hora del recreo. Podéis salir.
Y ya lo creo que salieron: una vez fuera del aula, corrieron como locas escaleras abajo hasta el gran patio. Tardaron exactamente un minuto en llegar desde allí al lugar de la reunión.
Ya estaban las chicas de 6ºB, faltaban ahora las del otro grupo. Un poco más tarde aparecieron todas juntas y apresuradas. La culpa de su retraso había sido de don Alejandro, el profesor de matemáticas, que siempre tenía algo que explicar en el último momento.
- ¿Falta alguien?- preguntó Amanda, erigiéndose en directora de la reunión.
- No, estamos todas- contestó la voz animosa de Mari Mar.
Comprobada la veracidad de la afirmació, Amanda pasó a exponer el motivo de aquella junta general: unas cuantas chicas habían tenido la idea de hacer un globo y querían saber si contaban con las demás para tamaña aventura.
El asentimiento fue unánime. Ahora venía la parte más difícil del asunto: había que ponerse de acuerdo sobre cómo, cuándo y dónde hacerlo.
El tiempo de recreo terminaba y no llegaban a ninguna conclusión. Antes de volver a clase quedaron en pensar bien las cosas y hacer otra reunión en el recreo de mañana para decidir todo lo referente a la construcción del globo.
- He estado pensando y ya sé cómo podemos hacerlo- dijo Amanda en la segunda reunión.
- Lo primero que necesitamos es lona, y luego un canasto de mimbre, o un cubeto de goma...
Alguien la interrumpió en este punto para sugerir:
- Sí, ésos que se usan en la vendimia.
- Pero pesan mucho- objetó otra voz.
Lo discutieron un poco y decidieron que no era tan mala idea, pero que sería mejor encontrar algo más grande y más ligero.
Necesitarían también leña para hacer fuego e hinchar la lona, y algo que sirviera de lastre. Los materiales, salvo la canastilla, no eran difíciles de encontrar. Pero hallar un lugar adecuado para llevar a cabo sus planes era más complicado. Debían encontrar uno, y cuando lo tuvieran, ya podrían comprar la lona y trasladar allí todo lo necesario.
La búsqueda sería tarea de todas; Amanda se encargaría de averiguar el coste de la tela; y Rocío, de proporcionar la canastilla.
Tenían un solo día de plazo, porque la tercera y última reunión se celebraría en el recreo del día siguiente.
- Una cosa más. Mañana traéis todas el dinero para la lona.
- ¿Cuánto?
- Bueno, como no sabemos todavía lo que nos va a costar, os traéis veinte duros, o setenta y cinco pesetas- propuso Mari Carmen.
La última reunión fue muy excitante: se tomaron las decisiones más importantees en medio de un gran alboroto. Todo era entusiasmo.
Amanda informó:
- La lona va a costarnos unas mil pesetas. Si os parece, ponemos a veinte duros, por si es más.
Todas estuvieron de acuerdo.
- Bueno, ¿y el sitio?- preguntó Tere.
Eso había dejado de ser un problema, porque las chicas de la Solana encontraron uno estupendo la tarde antes: una inmensa explanada en Santa Isabel. Era fenomenal: estaba lejos del pueblo, pero no demasiado, y además, rodeado de rocas que las protegerían de los posibles caminantes y sus miradas inoportunas.
- Pues muy bien- aplaudió Inma aliviada- porque los chicos saben algo y tendremos que escondernos.
Al oír esto se formó un griterío: ¿quién había ido por ahí contando sus planes? ¿quiénes eran los chicos? Había que deshacerse de ellos. Ya pensarían en algo.
Quedaron para aquella misma tarde, a las seis menos cuarto, en Santa Isabel.
Mari Mar, Pili y Mari Carmen se encargarían de comprar la lona y se reunirían en la explanada con las demás.
A las cinco y media salía de la plaza de la iglesia en dirección a Santa Isabel un primer grupo de chicas compuesto por Inma, María José, Luisa, María José, Gemma y Tere. Encontraron en La Solana a Rocío, Raquel y Ana. Fueron las primeras en llegar a la explanada. Aún faltaban nueve niñas. Pero había que estar alerta por si los chicos se habían enterado de todo y llegaban en su lugar, así que formaron dos grupos de vigilancia que se apostaron en puntos diferentes: Tere y Gemma en una roca junto al camino, a la derecha de la explanada; María José y Luisa en la Roca del Dinosaurio, a la izquierda. Desde allí vieron acercarse a Mari Mar, Pili y Mari Carmen.
-¿Y las demás?
- No han llegado todavía.
- ¿Dónde tenéis el canasto?
Rocío explicó que no había podido conseguirlo aún, pero que su vecina había prometido dejarle uno al día siguiente.
- ¿Y la lona?- preguntó ahora Rocío.
Mari Mar levantó una bolsa demasiado pequeña y proporcionó a sus amigas la segunda decepción de la tarde.
- No había más. Vamos a tener que buscar en otra parte y coser trozos.
Esta solución les levantó un poco el ánimo.
Cinco minutos después de la propuesta llegaron las últimas compañeras.
- Tardonas- las regañaron.
Cada una de ellas intentó dar una excusa al mismo tiempo que las demás.
Allí estaban ahora, sin lona, sin canastillo, enfurruñadas por el retraso que eso suponía, con la amenaza de los chicos, pero dispuestas a no dejarse vencer por el desánimo.
Cuando el contento empezaba a iluminar otra vez aquellas caras desalentadas, sonó una voz de alarma.
- Los chicos.
Oírlo y echar a correr fue todo uno. Tenían que esconderse, evitar que los chicos las vieran allí y confirmaran sus sospechas. Ágilmente y en silencio, se escurrieron una detrás de otra por una estrecha oquedad entre dos grandes moles de piedra. Aguardaron unos minutos, tan inmóviles y calladas como las rocas que les servían de refugio. Por fin Mari Mar, animada por el silencio del exterior, se decidió a asomar prudentemente la cabeza. Allí no había nadie. De todos modos, salió futivamente para asegurarse. Volvió al escondite con muchas menos precauciones.
- No hay nadie. Os habéis confundido, eran tres chicos que siguen por el camino.
Aquello fue un alivio.
Eran ya casi las siete y todas sentían hambre. Habían tenido la previsión de llevarse las meriendas, de modo que las sacaron allí mismo y lo que iba a ser una tarde de trabajo se convirtió en una tarde de campo.
De regreso a casa, diecisiete chicas de sexto curso experimentaban una mezcla de alegría y contrariedad: alegría porque lo habían pasado bien; contrariedad porque su aventura habrá de esperar uno dos días más.
Sin embargo, organizaron encantadas la segunda expedición a Santa Isabel. La tarde fijada salieron a toda prisa del colegio, llegaron corriendo a casa, soltaron sus carteras en cualquier parte y se marcharon disparadas hacia el cuartel general. Todas menos cuatro: Mari Mar, Pili y Mari Carmen por un lado, y Rocío por otro, sola.
Fueron llegando en grupos a la explanada. Ansiosas, esperaron la aparición de las proveedoras. Cuando al fin llegaron éstas, la expectación se convirtió en decepción.
- El canasto no nos sirve. Es de chico como una cesta- explicó Rocío desanimada.
- No había lona en ninguna parte- anunciaron desalentadas las otras tres.
Amanda e Inma, que no se dejaban abatir fácilmente por las dificultades, exclamaron a una:
- ¡Pues habrá que pensar algo!
Luisa tuvo una idea brillante:
- ¡Pues claro! ¡Cómo no lo habíamos pensado! Algunas sábanas viejas tendremos en casa, ¿no? En vez de con lona, podemos hacerlo con tela. Y además, es más fácil de coser.
Ésa parecía la solución, y fue acogida con entusiasmo. Sólo quedaba por resolver el problema de la canastilla.
- ¿A nadie se le ocurre nada?- preguntó Gemma, con la cara entre las manos y los codos apoyados en las rodillas.
Estuvieron dándole vueltas, se hicieron algunas propuestas, pero ninguna parecía buena.
- ¡Con madera!- gritó Raquel- Pero si es muy fácil. Compramos o cogemos madera y hacemos un cajón grande y alto.
La solución era tan simple que todas se preguntaron cómo no se les había ocurrido antes.
Ahora ya se hacía tarde para permanecer allí. Tendrían que reunirse mañana en el recreo y tomar de nuevo decisiones.
Fueron todas juntas hasta La Solana y allí se despidieron hasta el día siguiente. Estaban de muy buen humor: los chicos no habían ido a molestar y ellas habían resuelto los graves problemas que planteaba la construcción artesanal de un globo. Una tarde estupenda.
La reunión matinal fue un éxito: se acordó que cada una acaparara cuanta tela pudiera conseguir y se formó una delegación para comprar la madera necesaria; según sus cálculos, no sería mucha, porque todas podían aportar algún cajón inservible y cosas por el estilo.
- Mañana otra vez aquí para ver lo que tenemos; y por la tarde, a Santa Isabel- concluyó Amanda.
Pero hasta la llegada de la tarde siguiente, hubo de transcurrir la de aquel mismo día, una tarde en la que diecisieta pacientes madres tuvieron que soportar las insistentes peticiones de tela hechas por sus hijas a intervalos de cinco minutos.
A la pregunta materna:
- ¿Para qué la quieres?
respondía la hija evasivamente:
- Para una cosa.
La naturaleza de la cosa en cuestión no fue desvelada, pero el aburrimiento de las madres pudo más que su prudencia o su curiosidad y terminaron por abstecer a sus hijas de aquello que tan anhelantes pedían, sin insistir mucho en sus justas indagaciones.
El resultado fue que diecisiete chicas aventureras de sexto curso pudieron reunirse al día siguiente con la alegría de haber obtenido lo que necesitaban para su aventura sin verse obligadas a revelar el secreto tan celosamente guardado.
Quien más, quien menos, podía aportar alguna sábana vieja, alguna cortina inservible condenada para trapos... Respecto a la madera, decidieron que lo mejor era comprarla toda y no andar haciendo empalmes. Rocío, Tere, Raquel y Luisa irían por ella después del colegio y la llevarían a Santa Isabel.
Y así fue: aquella tarde se reunieron todas allí. Presentó cada una lo que había conseguido y se formaron tres grupos: uno de vigilancia, compuesto por dos parejas que se situaron respectivamente en la Roca del Dinosaurio y en la Roca Zapatera; otro de costureras, encargado de coser las telas; y el tercero, cuya misión sería costruir el cajón para el globo.
Las centinelas se encaminaron marcialmente a sus puestos: Tere y Luisa, al Dinosaurio; Gemma y Beatriz, a la Zapatera. Inma, Pili y Rocío se situaron junto a unas rocas que ocultaban el camino y, armadas de clavos y martillos, se prepararon para dar forma a las planchas de contrachapado caídas a sus pies. Las costureras, puesto que necesitaban más espacio, se situaron en la explanada; se sentaron formando un gran círculo; fueron extrayendo las telas de las bolsas en que las habían traído y extendiéndolas, confrontando unas con otras.
- Queda muy raro- opinó Mari Carmen, observando el resultado.
- Bueno, mujer, tampoco va a ser perfecto. Y además, cuando se llene de aire sí parecerá un globo- la tranquilizó Raquel.
Animadas por estas palabras, siguieron con su tarea. Procurando no mover las telas, María José se desplazó a gatas hasta el empalme central y fue prendiendo con alfileres los dobladillos de una sábana azul desgastada y una cortina enorme teñida de colores chillones. Al mismo tiempo, Ana hacía lo propio con otro de los dobladillos de la cortina y el más corto de una pieza informe de tela blanca. Los alfileres se habían agotado, y el tiempo también.
Belén, muy previsora, había ido dibujando sobre un papel la disposición de las telas, de modo que pudieron recogerlas sin ningún problema y devolverlas a sus bolsas. Doblaron con mucho cuidado las tres piezas provisionalmente unidas y las guardaron aparte.
- Podemos llevarlo todo a mi casa, que está muy cerca- propuso Rocío.
A todas les pareció una buena idea.
- Pero, ¿tu madre?- objetó la prudente Luisa.
- Bah, no dice nada.
Pero no era eso lo que Luisa temía.
- Se va a enterar- aclaró-
- No. La he dicho que estamos preparando un disfraz de piratas y se lo ha creído.
Todas aplaudieron el ingenio de Rocío.
El día había sido provechoso por lo que se refiere al globo, pero no podían decir lo mismo si pensaban en el cajón: Pili, Inma y Rocío no habían conseguido montar sobre la base ni un solo lateral, aquello era más difícil de lo que creían. Heridas en su amor propio, se prometieron a sí mismas que lo conseguirían o morirían en el empeño.
Como Rocío había asegurado, su madre no dijo nada, pero su cara empalideció un poco cuando vio aparecer aquel ejército armado con bolsas y tablas. Se sintió más tranquila cuando su hija le explicó:
- Mamá, vamos a dejar esto en el patio. Luego me voy a jugar.
El terror indefinido que se había apoderado de mamá, desapareció al oír esto.
DIFICULTADES
En la segunda tarde de trabajo apenas cundió la labor.
- Mi madre me ha dicho que las cosas primero se hilvanan y luego se cosen a máquina- anunció Gemma.
Y aquí surgió la primera dificultad, porque hilvanar no sería muy difícil, pero ninguna sabía coser a máquina y no creían a sus madres muy dispuestas a perder su tiempo en hacerles ese trabajo.
- Mi madre sí- aseguró Ana.
Pero no resultó cierta su contundente afirmación y se encontraron al tercer día con varias piezas mal hilvanadas y cinco tablas, porque tampoco Inma, Rocío y Pili habían avanzado nada.
La madre de Ana estaba sobrada de buena voluntad, pero falta de tiempo por el momento, y si querían que lo cosiera, tendrían que esperar a que pudiera encontrar un hueco entre sus ocupaciones.
Por su parte, las carpinteras habían calculado mal la longitud de los clavos y no habían podido hacer nada. Lo malo era que ahora, ya provistas de otros suficientemente largos, no sabían muy bien cómo hacerlo.
Y eso no era todo. Alguien había planteado un problema mucho más difícil de resolver: ¿cómo dirigirían el globo? ¿cómo harían para que bajara?
Haciendo caso omiso a estas sensatas objeciones, siguieron trabajando aquel tercer día hasta la caída del sol. Pero una vocecilla resonaba en sus conciencias, una vocecilla que invadió sus sueños esa noche: ¿Cómo dirigir el globo? ¿cómo hacerlo bajar?
La despierta mente de Mari Mar le inspiró una idea: consultaría los libros de su hermano mayor, que ya estaba en el instituto; seguro que traían algo referente a globos, aviones y cosas así.
Al día siguiente propuso a sus amigas buscar información en libros adecuados. Se aceptó la propuesta por unanimidad. Esa tarde no se reunieron, sino que la dedicaron a la labor investigadora.
Rocío, Raquel y Luisa no habían mirado nunca los libros de texto con tanto interés y entusiasmo como miraban ahora los que tenían ante sí y cuyos títulos eran tan prometedores e incitantes como "Cinco semanas en globo"", "Globos aeróstaticos: la aventura de volar", "Deportes aéreos", y alguno más con palabras parecidas impresas en la cubierta.
- ¡Bah! Aquí no dice nada- exclamó Luisa soltando desdeñosamente "Deportes aéreos".
Rocío intentaba descifrar los párrafos oscuros de "Globos aeróstaticos: la aventura de volar", con infructuosos resultados.
Raquel, leyendo a Julio Verne, casi se había olvidado del motivo inmediato y práctico por el que lo leía.
Finalmente, toda su aplicación de aquella tarde resultó inútil.
Se unieron todas desoladas al día siguiente en el recreo: nadie había encontrado nada.
Pero ninguna estaba dispuesta a rendirse, eso no. Lo intentarían de nuevo aquella tarde. Y aquella tarde corrieron la misma suerte: lo que entendían no les servía, y lo que no entendían no les servía tampoco porque, aunque les sirviera, no eran capaces de descifrarlo. Sólo les quedaba un recurso: pedir ayuda. Tal vez el hermano de Mari Mar quisiera explicarles todo eso tan difícil que no lograban comprender aun cuando lo estudiaban afanosamente. Se aferraron con todas sus fuerzas a aquella última posibilidad. Cuando salieron del colegio por la tarde, Mari Mar corrió a casa y fue directamente al dormitorio de su hermano, sin pasar por la sala, donde estaba su madre, a la que saludó al paso con un ruidoso "Mamá, ya he venido", ni por su propia habitación.
Cuando Tomás escuchó lo que su hermana pequeña tenía que decirle, soltó una carcajada.
- Estás como una cabra, niña. Sois tontas, tus amigas y tú.
- ¿Por qué?- preguntó Mari Mar airadamente.
- Pues porque no podéis hacer un globo así como así.
Después de oír la explicación tan razonable que Tomás añadió a esa negativa, Mari Mar fue incapaz de reaccionar ante la estrepitosa venida abajo de su sueño aventurero.
Durante toda la noche estuvo pensando, intentando convencerse de que su hermano estaba equivocado, pero al fin hubo de reconocer que las equivocadas eran ellas. Ahora el problema era cómo se lo diría a sus amigas. Seguramente iban a recibir la noticia tan mal como ella misma la había recibido, y por eso le daba pena tener que comunicársela. Cuando estuvo al día siguiente ante ellas, repitió punto por punto la explicación de Tomás. Todas sin excepción se negaron a admitirla.
- No puede ser- decían unas.
- Tu hermano no sabe nada- se oía decir a otras.
Pero en el fondo habían comprendido que Tomás tenía razón. Ninguna quería resignarse a admitir la verdad y se pusieron todas de acuerdo, incluso Mari Mar, contagiada por la terquedad de las demás, para seguir buscando una solución aquella tarde.
HABRÍA SIDO DIVERTIDO VOLAR EN GLOBO
Diecisiete caras compungidas se reunieron en un rincón del patio del colegio una soleada mañana de primavera, a la hora alegre del recreo.
Ninguna de sus diecisiete parlanchinas bocas parecía querer ser la primera en abrirse.
Con una tarde de investigación desesperada y una noche de triste meditación por medio, la desagradable realidad había terminado por imponerse.
Por fin, Amanda rompió el pesado silencio:
- No encontré nada.
La frase se repitió unas cuantas veces.
Finalmente, Pili pronunció lo que todas pensaban y no querían decir:
- Yo creo que Tomás tenía razón.
Se dejaron oír voces airadas de protesta, pero se notaba demasiado que trataban de convencerse a sí mismas. Eran sólo un resto de rebeldía ante el fracaso de su aventura.
Esa tarde hubo chicas que, contra toda lógica, siguieron intentando construir el globo, pero ya la desilusión iba ganando terreno a la rabia del fracaso y una de estas chicas fue la que, en el recreo del día siguiente, melancólica bajo un sol radiante de primavera, suspiró:
- ¡Habría sido divertido volar en globo!
FIN
11-Julio-1990
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