UNA AVENTURA DIFERENTE
Nadie dijo una palabra. La sorpresa las dejó mudas. Beatriz había cometido una infracción y, según las normas de clase, elaboradas por las propias alumnas, el castigo que le correspondía era limpiar la pizarra durante tres días, pero don Alejandro, sin tener las normas en cuenta, le había impuesto un castigo diferente: quedarse sin recreo y escribir quinientas veces "No debo tirar papeles al suelo".
Beatriz, que prefería la obligación de mantener limpio el encerado a perder un solo recreo, informó al maestro de su error, con muy buenos modales, a pesar de su impulsivo carácter, y secundada por sus compañeras:
- Don Alejandro, el catigo es limpiar tres días la pizarra.
La reacción de don Alejandro fue tan desproporcionada que no supieron de momento qué hacer: se sintió ofendido y las acusó de faltarle al respeto, se alborotó mucho y decidió dejar sin recreo a toda la clase.
De nada sirvieron las protestas. Pero las chicas de sexto tenían un arma de la que valerse: su tutor. Seguro que si le explicaban bien lo ocurrido se pondría de su parte.
Ese día se quedaron, efectivamente, sin recreo. Pero a última hora tenían clase con don Higinio, el tutor. No le dieron tiempo ni de abrir la carpeta que traía. En cuanto entró y saludó, la delegada, hablando por todas, le contó con detalle lo que había pasado. Don Higinio se llevó pausadamente el índice a la punta de la nariz, respiró hondo, dejó pasar unos segundos y respondió:
- Yo hablaré con don Alejandro.
Con tan lacónica frase venía a darles la razón. Resuelto ya el problema, al menos en parte, dio comienzo la clase de Lengua. Para ese día debían haber llevado hecha una redacción de tema libre. podía ser un cuento breve, una reflexión personal sobre algún asunto interesante, todo valía si había sido escrito con serias intenciones de hacerlo bien y no simplemente para quitarse de en medio los deberes.
Don Higinio mandó a Belén leer su trabajo, y después a Mari Carmen. El resto de la clase pasó con la discusión de las alumnas sobre ambas redacciones; don Higinio se reservó el papel de moderador. Antes de acabar, recogió los demás escritos para corregirlos y comentarlos al día siguiente.
Por fin llegó la hora de salida.
6 comentarios
RAQUEL -
O la costumbre de ir diciendo en voz alta los sumandos más simples y la suma: \"Doce más uno, trece\", por si no lo sabíamos...¡je!¡je!¡je! Lo dicho, Paco era un tío majo.
Anónimo -
De Paco se podrían contar muchas aventuras, pero de Jairo...pocas.
Raquel -
Era un tío majo, Paco. ¿Recuerdas el día que nos pilló jugando a las palabrotas encadenadas? Creo recordar que estábamos Prehis, Picu, Yuste, tú y yo. \"Anda, no seáis siverüenzas\", nos dijo avergonzado.
De Jairo lo que más recuerdo es que se pasaba la clase mirando su Seiscientos por la ventana, las gafas oscuras que se ponía para que no viéramos hacia dónde miraba (inútil: tenía los ojos tan claros que siempre se le veían) y los pantalones blancos ajustados a través de los cuáles se le transparentaba el calzoncillo tipo slip de color azul \"tercera edad\". Ah, y el día que intentamos hipnotizarle, como le habíamos hecho creer que hipnotizamos a María José Rodríguez-Benasar y otras hierbas.
Anónimo -
Don Alejandro era don Jairo, más conocido con este segundo nombre, ¿Por qué?, no lo sé. Mi hermano me lo enseñó.
Como tú, bien dices, era desagradable y no buen profesor.
Paco, era agradable y buen profesor, aunque en su limpieza personal estaba un poco abandonado. ¿Se compraría ropa nueva para el curso siguiente o cosió los pantalones y quitó las pelotillas a los dos jerseis que tenía?
Nunca lo sabremos.
Raquel -
Anónimo -
Casi igualitos en su locura.