Defensa de la austeridad
Confúndese a menudo la austeridad con la tacañería y se huye la austeridad confundiéndola con la miseria. Pero, amigos, no es eso la austeridad, no. La austeridad es una norma de la razón: si con uno o con dos tenemos suficiente, ¿para qué más? Pero, ¿ha de ser ese uno o han de ser esos dos de mala calidad? Aquí es, amigos, donde está la frontera entre la virtud de la austeridad (consumir lo suficiente y bueno) y el vicio de la tacañería (escatimar en la cantidad y la calidad)
Si a mi cuerpo, para mantenerse sano, le bastan tres comidas moderadas, ¿por qué obligarlo con excesos a trabajar más de lo que debe e ir así avejentándolo con trabajos forzados que podría muy fácilmente evitarle?
Si con media docena de sillas cómodas, una mesa que no cojee, uno o dos sillones confortables, incluso tres, y un armario sólido y estético se llena una sala, ¿para qué añadir cosas superfluas cuya limpieza va a requerir un trabajo extra no justificado por una utilidad de la que carecen, ni siquiera por un sentido de la belleza, a menudo ofendido por la acumulación de objetos que, sin duda, destacarían más en un digno aislamiento que en medio del caos?
Incluso alimentar con austeridad el espíritu pertenece al ámbito de lo razonable. Sobrepasar los límites de nuestra capacidad para asimilar conocimientos y sensaciones conduce a la locura: estalla nuestro cerebro saturado, algo se rompe en nuestra mente y en nuestro corazón.
Y, amigos, ¿quién puede vivir sin corazón?
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